Palabras de espiritualidad

De las relaciones de autoridad-subordinación y la obediencia

    • Foto: Constantin Comici

      Foto: Constantin Comici

Si todo en el firmamento funciona de forma ideal, es porque cada astro conoce el camino que debe seguir y no se aparta de él. Sólo nosotros, los hombres, desconocemos nuestro camino.

A menudo nos asusta todo el caos que hay a nuestro alrededor. No asombra por qué reñimos tanto los unos con los otros. Y esto ocurre porque nos señalamos recíprocamente, o, mejor dicho, “nos salimos de nuestras órbitas”. Imaginemos qué sucedería si las estrellas del firmamento se salieran de su órbita. Lo que ocurriría sería una catástrofe cósmica. Si todo en el firmamento funciona de forma ideal, es porque cada astro conoce el camino que debe seguir y no se aparta de él. Sólo nosotros, los hombres, desconocemos nuestro camino. Esta es la razón por la cual hay tanto caos en nuestras relaciones. Debemos saber qué tenemos permitido y qué no, esforzándonos en no salirnos de la senda que se nos ha trazado. Es necesario que cada uno vuelva al orden normal de las cosas de la naturaleza.

Dios dispuso una jerarquía en las relaciones humanas, entre los que están más alto y los que están más bajo, entre principales y subordinados, entre superiores y servidores. Así como el pastor tiene poder sobre su rebaño, así también los obispos y sacerdotes tienen un poder espiritual sobre sus pastoreados. En la familia, los padres tienen poder sobre sus hijos. Pueden educarlos, corregirlos, juzgarlos y guiarlos al buen juicio. En las cosas del Estado, los gobernantes tienen poder sobre los gobernados. En la escuela, los profesores lo tienen sobre sus alumnos; en el tribunal, los jueces lo tienen sobre los acusados, etc.

Los superiores deben corregir a sus subordinados. Además, no está permitido que los que son iguales se critiquen con maldad y se condenen mutuamente. Los pecadores e inexpertos del mundo no deben mezclarse en la vida espiritual de los demás laicos. De esta manera deben entenderse las palabras del Señor: “No juzguéis, para que no seáis juzgados”.

(Traducido de: Arhim. Serafim Alexiev, Nu judeca și nu vei fi judecat, Editura Sophia, p. 94-96)