Palabras de espiritualidad

De los dones de los Reyes Magos

    • Foto: Oana Nechifor

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La autenticidad de los Venerables Dones es sostenida tanto por la tradición oral como por la historia misma. No obstante, lo que refuerza la autenticidad de los Venerables Dones de forma incontestable, es su inenarrable fragancia, y la gracia sanadora y milagrosa que mana de ellos aún a día de hoy.

“Entraron en la casa y vieron al niño con María, su madre; se pusieron de rodillas y lo adoraron; abrieron sus tesoros y le ofrecieron regalos: oro, incienso y mirra” (Mateo 2, 11)

De entre los distintos tesoros y preciosísimas prendas que conserva devotamente el Monasterio de San Pablo, en el Santo Monte Athos, sin duda alguna, el lugar de privilegio le corresponde a los Venerables Dones que los tres Reyes Magos de Oriente le ofrecieron al Señor cuando acababa de nacer. Estos presentes, como bien sabemos, consisten en oro, incienso y mirra. El oro tiene la forma de veintiocho láminas nítidas, cuidadosamente esculpidas en distintas formas (paralelogramos, trapezoides, polígonos, etc), con diferentes dimensiones. Cada lámina tiene un plano distinto de complicadas miniaturas artísticas. El incienso y la mirra están mezclados, con la forma de sesenta y dos cuentas del tamaño de una pequeña aceituna.

Ya que el valor arqueológico, histórico, espiritual y también material de los Venerables Dones es inestimable, estos se conservan con un cuidado especial en la tesorería del Monasterio de San Pablo, Por cuestiones de seguridad, han sido colocados en cofrecillos separados, y solamente una parte de ellos son expuestos para su veneración o para ser transportados cuando se hace alguna ceremonia de consagración afuera del Santo Monte, en las Santas Metropolías locales.

Dice el Santo Evangelista Lucas que la Santísima Madre de Dios “guardaba todas esas palabras en su corazón” (Lucas 2, 19, 51). Los teólogos que han interpretado este texto evangélico creen que la Theotokos le reveló al Santo Apóstol Lucas una gran parte de esas palabras y hechos de la vida del Señor, para que los consignara en su Evangelio. Sin lugar a dudas, paralelamente con esas palabras del Señor, la Santísima Virgen conservó también todo aquello que tuviera relación con la vida terrenal del Señor, incluso, como se puede esperar, los Venerables Dones.

De acuerdo con nuestra tradición histórica religiosa, antes de su Dormición la Madre de Dios se los confió —además de la Venerable Túnica y su Santa Faja— a la Iglesia de Jerusalén, en donde permanecieron aproximadamente hasta el año 400. Ese año, el emperador Arcadio los trasladó a Constantinopla para santificar el pueblo, así como para la protección y honra de nuestra Soberana. Allí permanecieron hasta la conquista de los francos, en 1204. Entonces fueron cambiados de lugar, siempre por motivos de seguridad, junto con otros tesoros, a Nicea de Bitinia, capital temporal de Bizancio, en donde permanecieron unos sesenta años. Una vez retirados los cruzados, en tiempos del emperador Miguel Paleólogo, los dones regresaron a Constantinopla, hasta la toma de los ciudad por los turcos, en 1453.

Después de la conquista de la ciudad, la piadosa Mara, esposa cristiana del sultán Murad II (1421-1451) y madre de Mehmed II, el Conquistador, trasladó personalmente los dones al Monasterio de San Pablo, en el Santo Monte Athos. Este monasterio le era conocido, ya que su padre, Đurađ Branković, monarca de Serbia, fue quien edificó la nave principal en honor al San Jorge Mártir.

Según la tradición, cuando Mara caminaba del puerto al monasterio, la Madre del Señor le impidió, de forma extraordinaria, que se acercara al monasterio y vulnerara la norma del Santo Monte. Ella obedeció y le confió humildemente los Venerables Dones a los monjes del monasterio, quienes pusieron una cruz en aquel lugar, aún conocida como la “Cruz de la Emperatriz”. La misiva del sultán, con información relativa al envío de los Venerables Dones, se conserva en el archivo del Monasterio de San Pablo.

La autenticidad de los Venerables Dones es sostenida tanto por la tradición oral como por la historia misma. No obstante, lo que refuerza la autenticidad de los Venerables Dones de forma incontestable, es su inenarrable fragancia, y la gracia sanadora y milagrosa que mana de ellos aún a día de hoy.