De los frutos que, silenciosamente, el amor da al que ama sin interés
Veremos cómo todos empiezan a amarnos, sin que nosotros lo pidamos o lo busquemos. Nos amarán libre y sinceramente, desde lo profundo de sus corazones, sin que se los pidamos o se los impongamos.
Ante todo, el amor. Hijos míos, lo primero que debe preocuparnos es aprender a amar a los demás, amar el alma de cada uno. Hagamos lo que hagamos —orar, aconsejar, reprender—, hagámoslo con amor. Sin amor, la oración es inútil, el consejo hiere y la amonestación daña y destruye al otro, quien percibe si lo amamos o no, y responde según lo que siente. ¡Amor, amor, amor! El amor al prójimo nos prepara para amar mucho más a Cristo. ¿No es esto algo sublime?
Amemos a los demás incondicional y desinteresadamente, sin esperar que nos correspondan. Cuando a nuestro interior venga la Gracia de Dios, no nos importará si el otro nos ama o no, si nos habla con bondad o no. No nos dejemos llevar por sus actitudes contrarias. Dejemos que los demás sean y hablen como quieran. No mendiguemos su amor. Lo que debe interesarnos es amar a todos y orar por todos. Y veremos cómo todos empiezan a amarnos, sin que nosotros lo pidamos o lo busquemos. Nos amarán libre y sinceramente, desde lo profundo de sus corazones, sin que se los pidamos o se los impongamos.
(Traducido de: Ne vorbeşte părintele Porfirie – Viaţa şi cuvintele, Traducere din limba greacă de Ieromonah Evloghie Munteanu, Editura Egumeniţa, 2003, pp. 303-304)