De por qué no debemos temer a los espíritus impuros
Cuando encuentran oposición espiritual, cuando ven que lo que reciben es desprecio y velentía por parte de los hombres, se asustan y se llenan de pavor, viendo cómo el cristiano utiliza sus armas contra ellos.
La impotencia, la cobardía, la debilidad y el temor de los demonios hacia los hombres nos demuestran que la tolerancia que Dios les ha dado es estrictamente limitada. Su impotencia proviene del hecho de que desconocen lo que hay en nuestra mente y en nuestro corazón, y que no pueden penetrar en nuestros pensamientos y sentimientos íntimos. Sus observaciones y presunciones son meramente coyunturales, circunstanciales y externas, y no siempre expresan exactamente lo que hay en nuestra alma.
La literatura espiritual conserva numerosos relatos en los que tales espíritus eran engañados, burlados y humillados por los cristianos. Evagrio dice que, indiferentemente de la violencia de sus ataques, que es siempre aparente, los demonios les temen a los hombres y esperan a ver si estos les prestan atención o simplemente los desprecian. Si les prestan atención, adquieren cierta fuerza y consiguen aterrarnos. Con esto crece su maldad, no tanto debido a su propio poder, sino valiéndose de nuestra debilidad y nuestro miedo.
De igual forma, obtienen fuerza donde encuentran un terreno débil y desprotegido; pero incluso su monstruoso aspecto es solo aparente y engañoso, porque se desmorona y se desintegra cuando (ellos) se revelan en su verdadero tamaño e impotencia. Así, cuando encuentran oposición espiritual, cuando ven que lo que reciben es desprecio y velentía por parte de los hombres, se asustan y se llenan de pavor, viendo cómo el cristiano utiliza sus armas contra ellos. Entonces huyen y se esconden. Frente a un verdadero “soldado de Cristo” se reconocen “débiles e incapaces de hacer algo que no sea nada más que amenazar”.
Ya que por sí mismos no pueden hacer nada, lo que intentan es valerse de distintos ardides para asustar, aterrorizar e intimidar a quienes no los conocen verdaderamente. Sin embargo, cuando ven que tampoco esto les funciona, se encienden en enojo por su impotencia, y “se atacan entre sí, porque saben que no pueden materializar ninguna de las amenazas que nos lanzan”. Como dice San Antonio el Grande, cuando ven que no pueden hacernos nada, “los demonios actúan, como en un escenario, cambiando su apariencia, y asustan a los niños, provocando ruidos o con figuraciones que lo único que merecen es desprecio” (...).
Pero es que ni siquiera con esas figuraciones pueden lograr algo. Cuando se encuentran con un cristiano que, con su pureza, sabe utilizar las armas y las técnicas de la lucha espiritual, se baten en retirada humillados, como los cobardes que son en realidad, escondiéndose, protestando y mascullando la ira que les provoca su derrota.
(Traducido de: Nevoitor, Război în văzduhul inimii, Editura Credința strămoșească, p. 44-46)