¿De quiénes te rodeas tú?
Nosotros, los hijos de la tierra, nos hallamos rodeados por Dios, y los más puros de nosotros, o en camino de purificarse, se hallan unidos ya a Él, estando con Él en todas partes.
De la misma forma en que cada partícula del agua del mar, los lagos y los ríos se halla en combinación con otras partículas y rodeada por ellas; de la misma forma en que cada partícula del aire está rodeada por otras y en perfecta simbiosis, también nosotros, los hijos de la tierra, nos hallamos rodeados por Dios, y los más puros de nosotros, o en camino de purificarse, se hallan unidos ya a Él, estando con Él en todas partes.
Todos nosotros, los humanos, somos como el agua, el aire o como un árbol frondoso, formando un ser entero, aunque algunas veces desmembrado, debido a la envidia del demonio, el egoísmo, el enojo, la enemistad, la desarmonía, el orgullo, las herejías y los cismas, el resentimiento, la avaricia, el aislamiento, la maldad, las supersticiones y muchísimas anomalías más.
Por otra parte, el demonio y sus huestes permanecen a un lado, como las aguas turbias, pantanosas y ponzoñosas, o como el aire encerrado, asfixiante, tóxico. Estos nos rodean y se desviven por entrar en nuestra alma, esperando un sólo descuido para venir a oscurecerla, quemarla, confundirla y torturarla de cualquier forma.
Es lo mismo que sucede cuando salimos a caminar para respirar un poco de aire fresco y puro, pero nos toca pasar junto a alguna fosa llena de basura o excrementos, de donde mana la peor pestilencia, y nos apresuramos por salir de aquel sitio, para llegar nuevamente a donde el aire sea respirable. Lo mismo pasa con el hedor del demonio.
(Traducido de: Sfântul Ioan din Kronstadt, Viaţa mea în Hristos, Editura Sophia, Bucureşti, 2005, pp. 84-85)