De un hombre que dejó atrás la vida familiar, para llegar a ser un venerable stárets
Una noche, mientras oraba en su celda en las afueras del bosque, un monje desconocido entró y le dijo: “¿Qué haces, hermano Juan, por qué te afanas tanto?”.
Protosinghelos Joanicio Morio del Monasterio Sihăstria (1859-1944)
Este venerable padre fue, en el siglo pasado, el más conocido stárets del Monasterio Sihăstria. Nacido en la ciudad de Zărneşti (Braşov, Rumanía), cuando joven estuvo casado y tuvo dos hijos. Luego, deseando seguir a Cristo, entró a la vida monacal junto con su esposa e hijos. Entre 1890 y 1900 vivió en una ermita rumana del Santo Monte Athos. Después volvió a su tierra natal y se dirigió al Monasterio Neamţ, en el cual moró por nueve años.
En el año 1909 fue nombrado higúmeno del Monasterio Sihăstria, obediencia que ejecutó con dignidad durante 35 años. Después de reorganizar totalmente la administración de dicho monasterio y congregar a su alrededor más de 40 discípulos, el padre Joanicio partió al Señor en el otoño de 1944.
Deseando tomar el yugo de la vida del monje, el joven Juan Moroi (su nombre antes de ser tonsurado) le pidió consejo al gran peregrino Jorge Lazăr, de quien era discípulo. Y éste le dijo:
—Quédate un año en la ermita Peştera Ialomicioarei y lee el Salterio cada día. Si eres capaz de soportar las tentaciones del enemigo y no caes en sus engaños, entonces puedes hacerte monje.
Así lo hizo el joven Juan, trabajando en las cosas de la ermita durante el día, y durante la noche dedicándose a la vigilia y la lectura del Salterio. Una noche, mientras oraba en su celda en las afueras del bosque, un monje desconocido entró y le dijo:
—¿Qué haces, hermano Juan, por qué te afanas tanto?
—Quiero ser tonsurado como monje.
—Te engañas. No podrás quedarte en el monasterio. Talvez no lo sabes, pero tu esposa convive con otros hombres y malgasta todo lo que queda de la herencia familiar.
—¿Y tú de dónde lo sabes, padre?, le preguntó, lleno de inquietud.
—Viví más de 40 años en el desierto del Jordán y Dios me concedió el don de la clarividencia, de manera que conozco hasta los pensamientos de las personas.
—¿Entonces, qué debo hacer, padre?
—Regresa a casa y vuelve a ser el señor de tu esposa y dueño de tus bienes.
Dicho esto, el extraño visitante se acercó a la chimenea y, arrojándose al fuego, se hizo invisible. Era el demonio.
Sumergido en toda clase de pensamientos, el joven Juan Moroi partió a casa esa misma noche, enfrentando varias tentaciones en el camino. Tiempo después, hablando con el anciano Jorge Lazăr, este le dijo:
—Se ve que aún no puedes con el yugo de la vida monacal. Mejor quédate otro tiempo con tu familia.
(Traducido de: Arhimandrit Ioanichie Bălan, Patericul românesc, Editura Mănăstirea Sihăstria, pp. 548-549)