De un milagro con dos bellas facetas
Estaba convencido de que el milagro vivido, gracias al cual llegó a conocer la fe correcta, fue un don de Dios...
Los médicos griegos constataron que aquella mujer sufría de un cáncer con metástasis. Así, las esperanzas de vida de F. eran en verdad muy pocas. Como pudo, consiguió costearse un tratamiento con quimioterapia en Inglaterra. Como es sabido, se trata de un procedimiento muy duro para el organismo. En una de las sesiones, el corazón de F. no pudo más. Los estudios en la materia sostienen que si el corazón se detiene por tres minutos (máximo), la persona puede ser considerada muerta. El corazón de F. estuvo sin latir durante seis minutos. Los doctores renunciaron a seguir con las maniobras de resucitación. El más experimentado de ellos —que era también el jefe de la clínica—, que estaba presente y dirigía la terapia, era musulmán. Viendo que no se podía hacer nada más, se dispuso a ordenar que desconectaran todos los aparatos que luchaban por la vida de la mujer.
Durante seis minutos, el monitor no mostró más que una línea recta. Repentinamente, F. abrió los ojos. El médico musulmán quedó aturdido, al igual que los demás presentes. Por unos segundos, nadie se atrevió a moverse. Todos tenían los ojos puestos sobre F., viendo cómo salía de su letargo. Luego de unas inspiraciones profundas, la mujer dijo (en inglés): “San Lucas, el médico, vino a visitarme... Lo conozco, pero no pude llamarlo en mi auxilio. San Lucas... San Lucas vino a verme. San Lucas...”.
El milagro acababa de ocurrir. Mientras el corazón de F. estuvo detenido, San Lucas la había sanado.
El tiempo pasó y la mujer se recuperó totalmente. El médico musulmán, sin embargo, no lograba recobrarse de la impresión. Seguía sobrecogido por el milagro que había presenciado. Le preguntó a F. quién era ese “San Lucas” y en qué consistía la religión que ella profesaba. A los pocos días, tomó la decisión de visitar alguna parroquia ortodoxa en Londrés. Algún tiempo después, pidió ser bautizado, eligiendo como nombre “Teodoro” (en griego, “don de Dios”), porque estaba convencido de que el milagro vivido, gracias al cual llegó a conocer la fe correcta, fue un don de Dios.
F. vive ahora completamente sana, dedicada a sus estudios de medicina. En lo que respecta a Teodoro, ahora vive en la Verdad y en la Luz.