De un milagro de San Alejandro de Svir
Acercándose al cofre con las reliquias de San Alejandro, la mujer, con la ayuda de un monje, colocó suavemente a la niña sobre el vidrio que protege a las reliquias.
Todos sabemos que no hay dolor más grande, para una madre, que ver a su hijo enfermo; y si se trata de una enfermedad incurable, el dolor materno es cien veces mayor. Con semejante pesar entró a la iglesia una mujer joven, llevando en brazos a una niña de cinco años. La pobre criatura se veía débil y enferma, incluso parecía más pequeña de lo normal para su edad. Tenía una expresión triste en el rostro y sus bracitos le colgaban a los costados. También sus piernitas parecían carecer de firmeza, entendiéndose, así, que la niña no podía caminar. Hablando con la mamá, supe que la pequeñita sufría de un problema en el sistema nervioso central desde su nacimiento.
Acercándose al cofre con las reliquias de San Alejandro, la mujer, con la ayuda de un monje, colocó suavemente a la niña sobre el vidrio que protege a las reliquias. Durante algunos minutos la niña estuvo acostada ahí. Luego, la mamá, tomándola entre sus brazos, la puso en el suelo y pasó a venerar ella también las reliquias. Inmersa en su oración, no observó que la niña había desaparecido. ¡Esta se acababa de poner de pie y caminaba sin que nadie la sostuviera!
En la iglesia, donde hasta entonces había reinado la tranquilidad más absoluta, empezó a escucharse un murmullo general y las personas empezaron a hacerse a un lado cuando la niña se les acercaba, formando un largo pasillo para ella y para su mamá, quien corrió a ponerse delante de ella con los brazos extendidos, como invitándola a caminar más y más. Cuando llegaron a la puerta de la iglesia, la mujer tomó a la niña entre sus brazos, la abrazó y se levantó. Su rostro, lleno de lágrimas, expresaba alegría, gratitud, asombro, temor e incertidumbre: “¿Y si en un momento dado no va a poder seguir caminando... ?”. Un año después supe que Verónica, la niña, no sólo no había dejado de caminar, sino que también había empezado a correr.
(Traducido de: Sfântul Alexandru din Svir, Proorocul Sfintei Treimi, Editura Egumenița, 2009, p. 156)