Palabras de espiritualidad

De un monje que amansó a una serpiente con su cuerda de oración

    • Foto: Oana Nechifor

      Foto: Oana Nechifor

Confíen siempre en Dios, pidan el auxilio de la Madre del Señor y de San Hipacio, y guarden con santidad las disposiciones relativas a la oración y al canon monacal. Si viven haciendo esto, la paz estará siempre con ustedes, como si estuviéramos juntos, y Dios resguardará este lugar y también los protegerá a ustedes. ¡Hagan todo esto y se salvarán!

Hiero-esquema-monje Orestes Baldovin, de la Celda “San Hipacio” – Vatopedi, Santo Monte Athos (†1878)

Este venerable padre —junto con su hermano, Anastasio— fue uno de los más cercanos discípulos del Santo Jerarca Calínico. Provenía de los alrededores de Bucarest. En 1830 pasó a formar parte de la comunidad del Monasterio Cernica, donde fue tonsurado por el recordado stárets de aquel lugar.

Gracias a su excepcional obediencia en las labores monacales, llegó a ser discípulo de celda del Venerable Calínico, junto con su hermano, Anastasio. Tanto le amaba el padre Calínico, que solía llamarlo para darle largos consejos e instruirlo en el virtuoso camino de la vida monástica. A veces le ordenaba salir a ayudar a los pobres, otras veces le contaba cosas que aún no habían sucedido, pero que después ocurrían tal como las había descrito el venerable Calínico. Por su humildad y mansedumbre, San Calínico decidió ordenarlo sacerdote, y pronto todos fueron testigos del amor y la devoción con que el padre Orestes celebraba los oficios litúrgicos.

Anhelando la paz de una vida silenciosa y sosegada, poco antes del año 1850, el padre Orestes se fue a vivir al Monasterio Cheia. Pero, al no encontrar en aquel lugar la quietud que buscaba, decidió irse más lejos, al Santo Monte Athos, con la bendición de su stárets y en compañía de sus discípulos, los monjes Hipacio y Elías. Allí encontró un lugar que inmediatamente fue de su agrado, la celda que tenía como patrono al Santo Jerarca y Mártir Hipacio, la cual compraron al Monasterio Vatopedi por un precio casi simbólico, situada unos dos kilómetros más arriba de donde está emplazado el citado cenobio.

Lo primero que hizo el padre Orestes fue renovar por completo la Celda de “San Hipacio” y plantar un huerto de olivos. Poco a poco, la comunidad de hermanos fue creciendo con la llegada de monjes procedentes de distintas regiones de Rumanía. Aún hoy, en el Santo Monte se recuerda al padre Orestes por la santidad de su vida, su bondad y su amor al prójimo. Sus palabras estaban llenas de afabilidad y dulzura, oficiaba la Liturgia con gran devoción, tenía el don de la oración e irradiaba su paz a todos, como si fuera otro Abraham. En ese entonces, los monjes rumanos que vivían en en Monte Athos eran unos setecientos, la mayoría de los cuales visitaba con frecuencia al padre Orestes para confesarse y pedirle su consejo. Además, venían a buscarle una gran cantidad de peregrinos rumanos, así como ascetas y eremitas griegos, rusos, búlgaros y serbios.

Para tener un poco más de paz, el padre Orestes construyó dos cabañas en medio del bosque, a donde se retiraba para vivir solo, especialmente durante los períodos de ayuno. En cierta ocasión, les dijo a sus discípulos: 

—¡Bendíganme, padres, me voy a la cabaña!

Cuando estaba por entrar a la pequeña casa de madera, una víbora se abalanzó sobre él, dispuesta a atacarlo. Pero él puso su cuerda de oración (komboskini) frente a la serpiente y le dijo

—¡No te haré nada, si tú no me haces nada a mí!

Luego, invocando el auxilio de San Hipacio, vio cómo el reptil se tranquilizaba y, avergonzado, desaparecía entre la maleza.

En 1873 fueron finalizados los trabajos de restauración de la iglesia dedicada a San Hipacio, financiados con las donaciones enviadas por muchas familias rumanas. Fueron muchos los años en los que el padre Orestes condujo la celda de San Hipacio, haciendo de ella como un luminoso cirio para muchas personas, gracias al amor paternal del stárets, quien siempre fue un ejemplo de ayuno, oración y humildad.

Cuando sintió que se acercaba el momento de entregar su alma al Creador, llamó a todos sus discípulos y les dijo: 

—Hijos, a partir de ahora me corresponde seguir el camino para el que Dios me ha llamado, porque Él dijo: “porque polvo eres y en polvo te has de convertirás” (Génesis 3, 19). 

Y sus discípulos, llenos de tristeza, le preguntaron: 

—Venerable padre, ¿qué haremos cuando usted ya no esté con nosotros?

Animándolos, el anciano les respondió: 

—Amados hijos, confíen siempre en Dios, pidan el auxilio de la Madre del Señor y de San Hipacio, y guarden con santidad las disposiciones relativas a la oración y al canon monacal. Si viven haciendo esto, la paz estará siempre con ustedes, como si estuviéramos juntos, y Dios resguardará este lugar y también los protegerá a ustedes. ¡Hagan todo esto y se salvarán!

Después, volvió a su celda, en donde oró en soledad, con ayuno y lágrimas encendidas, durante tres días. El día la Fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz, el 14 de septiembre de 1878, al terminar de oficiar la Divina Liturgia, les dijo a sus discípulos: 

—¡Perdónenme, hermanos, y que Dios los perdone a ustedes! 

Y en ese instante entregó su alma a las manos del Señor.

(Traducido de: Arhimandritul Ioanichie BălanPatericul românesc, Editura Mănăstirea Sihăstria, pp. 445-447)