De un monje que apareció justo cuando más lo necesitaba
“Sentí que me inundaba una paz profunda y que todos mis dolores se disipaban. Admirada, me levanté y les pregunté a quienes me estaban atendiendo: ¿A dónde se fue el padre?”.
«Cuando trabajé como inspectora de boletos en el ferrocarril, debido a que corrían tiempos muy difíciles, no nos daban suficiente carbón para calentar los vagones. Eso sí, nos amenazaban con que no tratáramos de utilizar cualquier otra forma de combustible, so pena de encarcelarnos. Pero, por otra parte, ¡ay de aquel que dejara que se congelara el agua en los conductos de la calefacción! ¡También eso significaba ir a parar en prisión!
Ante semejante situación, llena de desesperación decidí buscar la forma de traer carbón de cualquier otra parte, con tal de mantener caliente el vagón y no ser castigada. Uno de esos días, cuando estaba ocupada con esos menesteres, de la nada apareció un miliciano e inmediatamente comenzó a increparme, me tiró al suelo y se puso a darme puntapies. Yo le suplicaba que me dejara en paz, porque no me parecía haber hecho nada malo. Entre lágrimas, le dije que simplemente no quería que me encarcelaran si la tubería de la calefacción se congelaba. A pesar de mis ruegos, el hombre seguía castigándome con severidad. En ese momento me acordé de que muchos pasajeros me habían hablado del padre Lorenzo de Chernigov, a quien nunca había visto. Con todo, traté de concentrar mis pensamientos y me puse a orar: “¡Oh, Madre del Señor, junto con todos los santos y el padre Lorenzo, oren e intercedan por mí ante Dios, aunque soy una pecadora!”. Justo en ese instante, el agente dejó de golpearme y se quedó como petrificado. Los pasajeros del vagón, que habían venido a ver lo que pasaba, empezaron a recriminarle la golpiza que me había dado; con esto, el hombre espabiló y se bajó del vagón a toda prisa. Yo estaba muy malherida. Los pasajeros me levantaron y me llevaron a uno de los compartimientos, intentando consolarme y tranquilizarme.
Recuerdo que el corazón me latía con fuerza, no lograba respirar con normalidad, y sentía que no lograba recuperarme. Inesperadamente, ante mí apareció un monje, quien, luego de hacer la Señal de la Cruz sobre mí, desapareció. En ese mismo instante sentí que me inundaba una paz profunda y que todos mis dolores se disipaban. Admirada, me levanté y les pregunté a quienes me estaban atendiendo:
—¿A dónde se fue el padre?
Pero todos me dijeron que no había ningún padre en el lugar.
—¡¿Cómo que no han visto a ningún padre, si acaba de estar enfrente de mí?! ¡Estaba vestido con su esquema monacal!
Todos me vieron llenos de asombro y se quedaron callados.
La imagen de aquel monje se me quedó grabada para siempre. Muchos años después, cuando estuve en Chernigov, en una pared vi la fotografía del padre Lorenzo y me quedé sin palabras: ¡era el mismo monje que había aparecido en el tren en aquella triste ocasión! Él era el monje que me había llenado de paz en la tribulación más terrible. El padre esquema-archimandrita Lorenzo, pronto intercesor y protector de quienes se hallan en aflicción y en peligro».
(Esquema-monja Sviatoslava, Kiev)
(Traducido de: Sfântul Lavrentie de la Cernigov. Viaţa, învăţăturile şi minunile făcute de Dumnezeu prin acest mare Părinte, Editura Credinţa strămoşească, 2003, pp. 77-78)