De un monje que no soportaba escuchar a alguien juzgando a los demás
Al padre Damián le resultaba insufrible escuchar a alguien quejándose o juzgando a sus semejantes. Si venía a buscarle algún monje y empezaba a quejarse o a condenar a otros, el anciano inclinaba la cabeza, dejaba lo que estaba haciendo y suspiraba. Entonces, el otro, viendo esto, se avergonzaba de sus palabras y pedía perdón.
Un día, el padre Damían (Ţâru) se encontró con un monje al que se le veía muy acongojado. Entonces, habiéndose enterado de la razón de la tristeza de aquel monje, volvió a su celda, escribió en un papelito algunos versículos de la Santa Escritura y algunas líneas de los Santos Padres, y salió a buscar nuevamente al hermano que sufría. Al encontrarlo, le dijo:
—Acepta, padre, esta pequeña receta espiritual, que te será de gran ayuda.
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Un día, el anciano le dijo a su discípulo:
—Padre Nicodemo, esta noche estuve leyendo la vida de la Venerable María Egipcíaca y, dormitando un poco, me desperté llorando amargamente.
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En otra ocasión, le dijo a su discípulo:
—Cuando era joven, los pensamientos carnales me atormentaban y me hacían sufrir mucho. Pero, una noche, cuando oraba con lágrimas de contrición, cerré un poco los ojos y escuché una voz: “De hoy en más, esos pensamientos dejarán de atormentarte”. Y, por el don de Cristo, desde ese momento no he tenido más que paz.
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El padre Nicodemo decía esto de su mentor:
—Al padre Damián le resultaba insufrible escuchar a alguien quejándose o juzgando a sus semejantes. Si venía a buscarle algún monje y empezaba a quejarse o a condenar a otros, el anciano inclinaba la cabeza, dejaba lo que estaba haciendo y suspiraba. Entonces, el otro, viendo esto, se avergonzaba de sus palabras y pedía perdón.
(Traducido de: Arhimandrit Ioanichie Bălan, Patericul românesc, Editura Mănăstirea Sihăstria, p. 623)