De un niño escogido por Dios y por San Juan el Bautista para que alcanzar la santidad
Después de aquel suceso, la devoción de David hacia San Juan el Bautista creció mucho más. Iba a la iglesia y permanecía durante horas frente al icono del santo, hablando con él.
Su padre era sacerdote y siempre lo llevaba consigo cuando celebraba los distintos oficios litúrgicos. Por eso, los feligreses de dicha parroquia solían ver al niño de pie ante los santos iconos. En especial, pasaba la mayor parte del tiempo frente al icono de San Juan el Bautista, por quien sentía una extraordinaria atracción. Antes de cumplir los dos años, cuando le preguntaron qué era lo que más le gustaba de la iglesia, respondió: “El trono de Jesucristo, los ojos de la Madre de Dios y las alas de San Juan el Bautista”. Estas palabras llamaron la atención de sus padres, quienes se convencieron aún más de que David era un niño escogido por Dios para servirle de una forma aparte.
El acontecimiento más conmovedor de su infancia tuvo lugar cuando tenía solo tres años. Un martes por la mañana, San Juan el Bautista se le apareció en sueños y le preguntó: “¿Quieres venir a mi casa?”. “¿En dónde queda tu casa? Yo sé que tú vives en la iglesia, en tu icono”, respondió el pequeño David. “También yo tengo una casa. Sígueme y la verás”, le dijo el santo. Entonces lo tomó de la mano y lo llevó fuera del pueblo, hasta una pequeña iglesia dedicada a su nombre. Cuando llegaron ante su icono, San Juan entró de manera milagrosa en la imagen y luego le dijo que su padre vendría el sábado a recogerlo.
Al no encontrar al pequeño David, su familia se llenó de angustia y empezaron a buscarlo día sí y día también. El sábado siguiente, su padre fue con los fieles a celebrar la Divina Liturgia en la iglesia de San Juan, el Precursor del Señor, esperando que el santo patrono de aquella parroquia los ayudara a encontrar al niño. ¡Qué grande fue la alegría del sacerdote, de su esposa y de todos los presentes, cuando hallaron al niño en la iglesia, con el rostro radiante y los ojos resplandecientes! Después de aquel suceso, la devoción de David hacia San Juan el Bautista creció mucho más. Iba a la iglesia y permanecía durante horas frente al icono del santo, hablando con él. Con los años, se hizo monje y luego sacerdote. Posteriormente, edificó un monasterio en la isla de Eubea y allí sirvió con fervor a Dios. Debido a las virtudes y a la profunda sabiduría que demostró desde muy joven, pronto se le empezó a llamar David “el Anciano”.
