De una monja que entregó su vida a la Madre del Señor
“Les ruego que vivan en amor, humildad y obediencia. No falten a la iglesia, por ningún motivo. No acumulen cosas materiales, ni dinero, ni ropa, porque todo eso sólo nos aparta del amor de Cristo…”
Matrona Domnaru, monja del Monasterio Horezu (1852-1935)
Provenía de una familia de pastores de la región de Sibiu. Tiempo después, su padre se hizo monje en el Santo Monte Athos, tomando el nombre de Nicodemo, y la pequeña creció en el Monasterio Sărăcineşti (Vâlcea) desde los cinco años de edad.
En 1868 fue tonsurada y enviada al Monasterio Horezu. Ahí, la madre Matrona continuó con su vida de oración y humildad, hasta el año 1922, cuando fue elegida stáretsa (abadesa) del monasterio. Durante cuatro años condujo a la comunidad de Horezu, haciéndose ejemplo de bondad espiritual para todos y todas.
En 1926, cayó gravemente enferma. Pero, orando con encendido fervor y lágrimas a la Madre del Señor, fue sanada milagrosamente y vivió otros nueve años. Decían las demás monjas que la madre Matrona jamás faltaba a un solo oficio litúrgico, ni de día ni de noche. Con un rostro sereno y afable, orando silenciosamente todo el tiempo y con su báculo en la mano, era la primera en llegar a la iglesia y la última en salir.
En el verano de 1935, sintiendo que se aproximaba su fin, llamó a sus discípulas y les dijo:
—Madre Olimpiada y madre Gerásima, en tres días partiré de este mundo. El Señor y Su Santísima Madre me piden que vaya con ellos. Les ruego que vivan en amor, humildad y obediencia. No falten a la iglesia, por ningún motivo. No acumulen cosas materiales, ni dinero, ni ropa, porque todo eso sólo nos aparta del amor de Cristo. Permanezcan en el monasterio hasta que mueran, sin importar las tentaciones que tengan que enfrentar. Por mi parte, yo no dejaré de orar por cada una de ustedes y por el bien de nuestro monasterio.
Al día siguiente se despertó muy temprano, se vistió con su hábito y le dijo a su discípula:
—Por favor, lee para mí el Acatisto de la Anunciación.
Al terminar, la madre Matrona pronunció estas palabras de glorificación a la Madre del Señor: “¡Alégrate, Esposa siempre Virgen!”.
Y en ese mismo instante entregó su alma al Señor.
(Traducido de: Arhimandrit Ioanichie Bălan, Patericul românesc, Editura Mănăstirea Sihăstria, pp. 529 - 530)