Palabras de espiritualidad

Del poder de la oración del padre espiritual

  • Foto: Stefan Cojocariu

    Foto: Stefan Cojocariu

El stárets le dijo: «¡Ve en paz, porque sé que el Dios de nuestros Padres te protegerá de toda tentación!».

Decía el anciano Daniel: «El abbá Arsenio me dijo: “Ayuda a tu hermano, para que, cuando parta al Señor, ore por ti y te vaya bien en todo”.»

Un hermano vino de la skete del abbá Ammún, y le dijo: «Mi stárets me ha enviado lejos a servir, pero me asusta pensar que el desenfreno pueda venir a tentarme». Y el anciano le respondió: «Cuando veas que aparece la tentación, repite: “¡Dios de los poderes, por las oraciones de mi stárets, líbrame!”». Así, un día, cuando el monje estaba en su celda, una muchacha entró a hurtadillas y cerró la puerta con llave. Al darse cuenta de ello, el hermano clamó: «¡Dios de los poderes, por las oraciones de mi stárets, líbrame!». ¡En ese mismo instante, milagrosamente, vio que se hallaba de camino a la skete!

Un stárets tenía un sirviente que vivía en la aldea. Y ocurrió que una vez el sirviente no vino, lo que preocupó mucho stárets, porque además necesitaba algunas cosas del mercado. Pasaron dos, tres, cuatro días, y el sirviente no aparecía. El anciano no sabía que hacer, porque no sólo se había quedado sin alimentos, sino también sin los materiales necesarios para sus trabajos manuales. Entonces llamó a voces a su discípulo, quien luego de unos minutos llegó presuroso a donde estaba el stárets. Este le preguntó: «¿Puedo pedirte que vayas a la aldea?». El discípulo respondió: «Si así lo desea usted...». Y es que también él era reticente a ir al pueblo, por las tentaciones que esto podría representarle. Sin embargo, para no ser caer en desobediencia, aceptó ir. Agradecido, el stárets le dijo: «¡Ve en paz, porque sé que el Dios de nuestros Padres te protegerá de toda tentación!». Y, luego de elevar una pequeña oración, le ordenó partir.

Luego de una hora, el hermano llegó al poblado, y lo primero que hizo fue dirigirse a la casa del sirviente, para saber si estaba bien. Pero sucedió que aquel día el sirviente se había ido con su familia a un entierro en el otro extremo de la aldea. Entonces, cuando el discípulo llamó a la puerta, quien le abrió fue una de las hijas del sirviente, la única que se había quedado en casa aquel día. Luego de escuchar al monje, la muchacha lo tomó del brazo y comenzó a invitarlo a entrar, pero el hermano se opuso. La chica insistió una y otra vez, y finalmente logró que el monje pasara al salón. En ese momento, dándose cuenta de lo que estaba sucediendo, el monje oró «¡Señor, por las oraciones de mi Padre, líbrame en este momento!». Ni bien había terminado de pronunciar estas palabras, cuando se halló caminando junto al río, cerca de la montaña. Y en pocos minutos llegó, indemne, a la celda de su stárets.

(Traducido de: Everghetinosul, volumele I-II, traducere de Ștefan Voronca, Editura Egumenița, Galați, 2009, pp. 199-200)