Palabras de espiritualidad

¡Di una oración breve, pero no dejes de orar!

    • Foto: Oana Nechifor

      Foto: Oana Nechifor

Si te acostumbras a orar al mismo tiempo que respiras, orarás en cualquier momento. ¡Una oración, aunque breve, es siempre una oración! Puedes estar trabajando, cocinando o haciendo cualquier otra cosa. Siéntate un momentito y di. “¡Señor Jesucristo..!”

¿La oración? Por supuesto que no se trata de que estés horas y horas orando. Hazlo cuando tengas tiempo; en los días festivos podrías hacer alguna paráclesis o alguna semejante... Y no pierdas el tiempo en trivialidades, como el televisor. Ese tiempo puedes dedicarlo a orar. Incluso cuando vayas de camino al trabajo, puedes repetir, “Señor, ayúdame, Señor...” o “¡Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de mí, pecador!”. Si te acostumbras a orar al mismo tiempo que respiras, orarás en cualquier momento. ¡Una oración, aunque breve, es siempre una oración! Puedes estar trabajando, cocinando o haciendo cualquier otra cosa. Siéntate un momentito y di. “¡Señor Jesucristo..!”

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Todo esto, para que en tu corazón se vaya injertando la “Oración de Jesús”. Porque si finalmente florece en él, entonces cuando hables con otros, tu oración seguirá repitiéndose. Si haces un bien o piensas hacerlo, si instruyes a alguien, tu oración estará allí. No creas que eso no es orar. “En donde haya dos o tres reunidos en Mi nombre, allí estoy Yo también”, dice el Señor. Así que, si son dos lo que conversan espiritualmente algún tema de la Escritura o cosas semejantes, también Dios está allí, entre ellos. Y eso es oración. ¿Que no lo es? Cuando te vayas, repite nuevamente, “¡Señor Jesucristo, Hijo de Dios...!” o alguna otra oración. No creas que has dejado de orar. En el patérikon se nos dice que, “oración no es eso que se hace solamente al orar, oración es orar siempre”. Y dice el Santo Apóstol Pablo, en la primera carta a los Tesalonicenses 5, 17, “¡Oren sin cesar!”. Todos deben orar, no sólo los monjes, sino todos. “¡Oren sin cesar!”. Luego, ¿cómo puedes orar incesantemente? Intenta una oración breve: “¡Señor, ayúdame, Señor!” o, en momentos de aflicción, “¡Ayúdame, Señor!”. Hazlo como puedas, pero ora. Piensa en aquellas palabras, “llama y se te abrirá”.

(Traducido de: Ne vorbește Părintele Iulian de la Prodromu, în Ne vorbesc părinți athoniți, Editura Bunavestire, Galați, 2003, pp. 110-111)