El Señor nos ama infinitamente a nosotros, los pecadores. Por esta razón, le da al hombre el Espíritu Santo, y por el Espíritu Santo el alma conoce al Señor y encuentra su felicidad en Él, le agradece y lo ama, y en su gran alegría se compadece del mundo entero y desea fervientemente que todos los hombres conozcan a Dios, porque esto es lo que el Señor desea esto para todos. Sin embargo, esto es posible solamente teniendo la Gracia, aun en una ínfima medida. Y es que, sin la Gracia, el alma se asemeja a un animal. 

¡Cuánta tristeza me da pensar en aquellos que no conocen a Dios! Pero, nosotros, los cristianos ortodoxos, somos unos privilegiados por conocerlo a Él. El Espíritu Santo nos instruye, y nos enseña a amar incluso a nuestros enemigos.

(Traducido de: Cuviosul Siluan Athonitul, Între iadul deznădejdii și iadul smereniei, Editura Deisis, Sibiu, 2001, p. 275)