Dios en el corazón de cada uno
Esta es la más profunda introspección que podemos hacer en nuestro corazón: encontrar a Dios en nuestro interior.
No juzguemos a nuestros semejantes ni hagamos diferencias entre “buenos” y “malos”, porque no sabemos que hay en el alma de cada uno. Esto es únicamente atributo de Dios. Porque talvez algo haya ocurrido en la vida de aquella persona, como una frustración, y por eso es que intenta ocultar sus heridas detrás de su agresividad, y nosotros lo desconocemos...
La Iglesia siembre busca en el hombre lo bueno, todo lo que constituye su fondo bueno primordial, cristiano, ortodoxo. A diferencia de la psicología moderna, la Iglesia analiza profundamente nuestra alma, por medio de los sacerdotes, con la confesión y a través de diversas discusiones de alma a alma. Los Santos Padres instituyeron las reglas de la confesión, estudiando las profundidades del alma humana hasta en sus más ínfimos detalles, y compusieron las palabras necesarias para la regla de confesión. Por eso, la Iglesia supera el estrato superficial de la cultura y la educación, que puede o no tener recursos profundos, más allá de las teorías, los cálculos y la justificación de nuestras buenas o malas acciones, y se sumerge en lo hondo de nuestra alma.
Lejos del “monstruo” que vive en el abismo de nuestra alma cuando tenemos la conciencia llena de pecados; más allá de nuestras malas acciones, encontramos a Jesucristo. Por eso, el Señor dice que “A Mí me visteis en prisión y me visitasteis, a Mí me disteis de comer y de beber”. Y nosotros le preguntamos: “Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te dimos de comer; o sediento, y te dimos de beber?.¿Cuándo te vimos en la cárcel, y fuimos a verte?”, y Él nos responde: “Cuanto hicisteis a unos de estos hermanos Míos más pequeños, a Mí me lo hicisteis”. Así que esta es la más profunda introspección que podemos hacer en nuestro corazón: encontrar a Dios en nuestro interior. Y, reencontrando a Dios en nosotros y volviendo a Él con todo nuestro corazón y nuestra mente, llegamos a la oración por nosotros y nuestros semejantes.
(Traducido de: Părintele Gheorghe Calciu, Cuvinte vii, ediţie îngrijită la Mănăstirea Diaconeşti, Editura Bonifaciu, 2009, pp. 38-39)