Seamos siempre los primeros en perdonar
¡Perdonemos también nosotros a nuestro semejante, porque nuestros hermanos no nos ofenden tanto, como nosotros ofendemos a Dios cada día!
Muchas veces, nuestra aversión para con el prójimo no proviene de un hecho objetivo, ni se origina en alguna actitud de nuestro hermano hacia nosotros, sino que surge de algo que sólo nosotros creemos que hizo o dijo. Ciertamente, cada uno de nosotros en algún momento ha dicho algo sin mala intención, pero puede ocurrir que aquel que se sabe un poco culpable, se sienta insultado e injustamente empiece a generar odio en contra del que habló. Seamos los primeros en perdonar, tanto si el que pecó fue el otro como si fuimos nosotros mismos, aunque creamos que fue él quien se equivocó.
Este es un mandamiento de Dios, con el cual nos pide no ser injustos con nuestro semejante, ni atribuirle alguna mala intención, ni detestarle por haber hecho algo equivocado. Simplemente, nosotros somos los culpables. Y, en verdad, no tenemos por qué perdonar a nuestro semejante, sino pedirle a Dios el perdón de nuestra injusticia.
Si en verdad alguien te hizo algo malo, ve y reconcíliate con él. Si no perdonamos a nuestro semejante, tampoco Dios nos perdonará a nosotros. ¿En cuántas faltas no incurrimos cada día? ¿Cuántos pecados no cometemos con nuestras acciones, palabras y pensamientos? Cada día, cientos de pecados inundan nuestro corazón, lo ensucian, y lo hacen indigno de presentarse ante Dios. Y cada día le pedimos perdón a Dios, Quien nos perdona tantas veces... ¡Perdonemos también nosotros a nuestro semejante, porque nuestros hermanos no nos ofenden tanto, como nosotros ofendemos a Dios cada día!
(Traducido de: Părintele Gheorghe Calciu, Cuvinte vii, ediţie îngrijită la Mănăstirea Diaconeşti, Editura Bonifaciu, 2009, pp. 39-40)