Palabras de espiritualidad

Dios es lo que añoramos, no las cosas del mundo

    • Foto: Doxologia

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“El amor de Dios por el más pecador de los hombres, es más grande que el amor del más grande de los santos por Dios”.

El padre Arsenio Boca —cuyo expediente de canonización se halla actualmente en proceso de evaluación— es, sin duda alguna, uno de los más importantes padres espirituales de la Ortodoxia rumana contemporánea.

En los monasterios de Sâmbăta de Sus y Prislop, el padre Boca, conocido popularmente como ‟el santo de Ardeal”, condujo, con sus palabras y sus actos, con la ayuda de la Gracia y también por medio del arte, a grandes multitudes de fieles sedientos de una vida espiritual más profunda. Sus homilías, prédicas y consejos se han ido publicando a través de los años, en formas más o menos exactas, de manera que también en su caso puede aplicarse algo que decía San Paisos el Hagiorita, quien consideraba que uno de los más grandes enemigos que tuvo en su vida fue justamente su popularidad, entendida como el hecho de ser conocido, buscado y, a veces, interpretado de modos completamente distintos.

Las enseñanzas de este sacerdote rumano, en su forma más completa, con mayor profundidad moral y lucidez espiritual, se hallan contenidas, con una claridad extraordinaria, en el volumen titulado “Textos inéditos”, de reciente aparición (…)

En nuestros tiempos, llenos de tanta incertidumbre y temor, de sufrimiento y enfermedad, así como de lucha en contra de la pandemia del Covid-19, las palabras del padre Boca pueden ser consideradas un motivo de honda meditación sobre la historia del mundo y la de nuestra propia vida, con sus “subidas” y “bajadas”, en la esperanza de volver a Dios, Quien es “el Camino, la Verdad y la Vida” (Juan 14,6).

El declive moral del mundo, causa de enfermedades y sufrimientos

El hombre fue creado por el amor infinito de Dios. La vocación recibida desde su origen es la de alcanzar la semejanza con su Padre Celestial, para deificarse y llegar a la felicidad verdadera.

No obstante, el pecado vino a convertirse —tal como lo expresa su misma denominación en griego (hamartia)— en un “error” o una “desviación” del objetivo principal. Desde entonces, el mundo y el alma del hombre viven hambrientos y en constante agitación, incapaces de encontrar la paz sino allí de donde partieron: el amor de Dios. Y es que el pecado de los primeros hombres es actualizado por cada uno de nosotros, con nuestras faltas personales, mismas que, en palabras del padre Arsenio, representan “la injusta crucifixión de Jesús” [1].

El pecado es, para el padre Arsenio, “una conspiración, un complot entre el hombre y el demonio en contra de Dios” [2], “una derrota moral, posible, en el fundamento de la libertad que se nos otorgó. El pecado es igual a la pérdida de la inmortalidad, el debilitamiento de la imagen y el sometimiento de la libertad” [3]. “La repetición y la generalización de los pecados llevan a la esclavitud de las pasiones, que se convierten, para el hombre caído, en una segunda naturaleza, muchas veces más poderosa que la primera, que era buena. Las pasiones ‘colorean’ la verdad y retuercen el andar rectilíneo de la razón, desviando el alma, llevándola, de Dios, hacia sí misma” [4].

“El declive moral” del mundo y del ser humano, realizado con el pecado, “constituye la causa de todas las convulsiones y crisis económicas, sociales y políticas”, a nivel global, tal como el origen de “las pruebas y aflicciones, las enfermedades y los sufrimientos del mundo y de la vida del hombre”.

Por medio del Bautismo, considera el padre Arsenio, Dios viene a morar en el alma del hombre, y en esta presencia “crece, y luego se hace consciente y se manifiesta en nuestra vida, según nuestro esfuerzo y nuestra adhesión a Su Providencia” [5].

En cosecuencia, desde los primeros momentos de su vida consciente, el hombre se halla ante dos caminos: “uno, ancho como el mundo entero, y otro, angosto como un puente de madera sobre un río turbulento, por el cual ya nadie pasa” [6]. Cuando nos dedicamos a una vida más espiritual, “la Gracia del Espíritu Santo viene a nuestra vida y Cristo mora en nosotros, hasta llegar a la total semejanza. Cuando nuestra libertad se ve sometida a los pecados, la nueva criatura suspira, no se muestra, y el hombre se especializa en el mal, quedando como un simple hijo de este mundo, mortal y sin salvación” [7].

Indiferentemente de la cantidad y la gravedad de los pecados cometidos, el alma humana conserva “la añoranza por Dios” [8], “la nostalgia del paraíso” [9].

Cristo es nuestro tesoro [10], y el camino que debe seguir el hombre y la humanidad es “la ciencia de la deificación” [11], rompiendo las ataduras del pecado y volviendo al amor primordial, Dios.

Refiriéndose al ladrón en la cruz, considerado el primer “ciudadano” del Cielo, quien es también para nosotros la esperanza de la contrición y la salvación, el padre Boca nos invita a no desesperarnos jamás, porque: “el amor de Dios por el más pecador de los hombres, es más grande que el amor del más grande de los santos por Dios” [12].

Examinando el mundo contemporáneo, el padre Boca considera que “en nuestros tiempos es necesario promover nuevamente la evangelización de los hombres” [13]. Con esto, los hombres deben redescubrir la idea cristiana de lo que es la vida, que equivale a “comprometerse existencialmente con la Verdad. Es decir, hacerse testigo a vida o muerte de la Verdad” [14]. Este es el camino para recobrar la salud física y espiritual.

Librándose de los lazos del pecado y las pasiones, que son las fuentes últimas del sufrimiento, el dolor, la enfermedad y la muerte, el cristiano sigue a Cristo, recuperando la salud del alma, a veces a pesar de cualquier debilidad física. Y es así como alcanza la felicidad eterna: la salvación.

[1] P. Arsenie Boca, Scrieri inedite [Textos inéditos], tipărită cu binecuvântarea Preasfințitului Părinte Dr. GURIE, Episcopul Devei și Hunedoarei, Editorial Charisma, Deva, 2019, p. 37

[2] Ibídem, p. 257

[3] Ibídem, p. 211

[4] Ibídem, pp. 36-37

[5] Ibídem, p. 48

[6] Ibídem, p. 50

[7] Ibídem, p. 85

[8] Ibídem, p. 126

[9] Ibídem, p. 350

[10] Ibídem, p. 252

[11] Ibídem, p. 373

[12] Ibídem, p. 126

[13] Ibídem, p. 153

[14] Ibídem, p. 162