Palabras de espiritualidad

“La Resurrección de Cristo y la resurrección de los muertos. Significados dogmáticos y pastorales” (Carta Pastoral de Su Beatitud Daniel, Patriarca de Rumanía, Pascua 2025)

  • Foto: Oana Nechifor

    Foto: Oana Nechifor

La resurrección de los hombres no es algo reservado solamente para una época futura, cuando este mundo llegue a su final, sino que es algo que tiene lugar hoy mismo en las almas que escuchan y aceptan la Palabra de Dios: «Os aseguro que llega la hora, y en ella estamos, en que los muertos escucharán la voz del Hijo de Dios, y los que la escuchen vivirán» (Juan 5, 25).

¡Cristo ha resucitado!

«Os aseguro que llega la hora, y en ella estamos, en que los muertos escucharán la voz del Hijo de Dios, y los que la escuchen vivirán» (Juan 5, 25)

Piadosísimos y muy venerables Padres,
Amados hermanos y hermanas en el Señor,

La Resurrección de Cristo es el fundamento y el comienzo de la resurrección de todos los hombres. Este misterio es el corazón, el centro del Evangelio predicado por los Santos Apóstoles y, al mismo tiempo, la esencia de la fe ortodoxa confesada por la Iglesia. Por eso, la fiesta de la Santa Pascua se llama en la Ortodoxia “La Fiesta de las Fiestas”.

Nuestro Señor Jesucristo, Quien resucitó de entre los muertos, es llamado en la Santa Escritura: «primicias de los que mueren» (1Corintios 15, 20) y «el principio, el primogénito entre los muertos» (Colosenses 1, 18). Entonces, la fiesta de la Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo es un adelanto espiritual e ícono profético de la resurrección general de todos los hombres de todos los tiempos y de todas las naciones.

Nuestro Señor Jesucristo «se humilló a Sí Mismo haciéndose obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz» (Filipenses 2, 8). Él asumió nuestra vida mezclada con la muerte para hacernos partícipes de Su vida eterna. Antes de resucitar de entre los muertos a Su amigo Lázaro, Jesús «lloró» (cf. Juan 11, 35), viviendo el dolor del género humano sometido al pecado y la muerte. «El Señor llora, viendo al hombre creado según Su imagen ser sujeto de la corrupción, para librarnos de nuestras propias lágrimas», dice San Cirilo de Alejandría [1]. El santo confesor Dumitru Stăniloae describía el estado al que había llegado la humanidad sometida por la muerte, así: «La muerte es la tragedia más grande de los hombres. En verdad, merece las lágrimas que nos hace derramar. Incluso Dios siente piedad por los hombres, por causa de la muerte. Porque la muerte no implica simplemente la desaparición, sino también un tormento eterno. Por tal razón, Él Mismo la asume para vencerla, o entra en ella para que nosotros no permanezcamos en ella. La muerte atormenta al hombre incluso antes de que ocurra. Cristo la asume, la recibe, pero no permanece en ella, sino que hace de ella un tránsito hacia la vida eternamente feliz para Sí mismo y para quienes se unen por el amor a Él y a los demás. Con esto, la muerte es vencida por el amor, por el gozo del amor al Dios que ama a los hombres» [2].

La resurrección es el don exclusivo de Dios para la humanidad. Sin embargo, es un don que se ofrece primero en Jesucristo, en Su Hijo eterno, porque «por Su eterna añoranza de los hombres, Aquel que por esencia existe, se convirtió, en verdad, en el mismo ser amado», es decir, en un hombre [3].

Lo que se realizó en nuestro Señor Jesucristo con Su Resurrección de entre los muertos, habrá de realizarse con la humanidad entera, con todos los pueblos, con todas las generaciones, desde Adán y hasta el final de los tiempos. El Santo Apóstol Pablo, en su Carta a los Corintios, dice que «Cristo, nuestra Pascua, ha sido inmolado» (1 Corintios 5, 7) y «tal como todos mueren en Adán, así también todos resucitarán en Cristo» (1 Corintios 15, 22). Todos los hombres resucitarán en Cristo, tanto quienes hayan creído, como aquellos que no hayan creído en Él, porque la resurrección de todos es un don de Dios para toda la humanidad.  No obstante, «los que hicieron el bien resucitarán para la vida, y los que hicieron el mal resucitarán para la condenación» (Juan 5, 29).

Para convencer a Sus discípulos de la verdad de Su Resurrección de entre los muertos, el Señor Jesucristo se apareció muchas veces y en muchos lugares, durante cuarenta días, desde la Pascua hasta su Ascensión. Prmero, nuestro Señor Jesucristo se mostró a las miróforas; después, a Sus discípulos y a otras personas, tal como dan testimonio los Santos Evangelios (cf. Mateo cap. 28; Marcos cap. 16; Lucas cap. 24; Juan cap. 20-21), Hechos de los Apóstoles (cf. 1, 3) y algunos textos del Santo Apóstol Pablo (cf. 1 Corintios 15, 6).

Cristo Resucitado está presente en la Iglesia a través del Espíritu Santo, iluminándola para que comprenda las Escrituras, celebre los Sacramentos y guarde todo lo por Él ordenado, y orientando incesantemente la vida de los cristianos hacia la resurrección común y hacia el Reino Celestial de la gloria de la Santísima Trinidad. (cf. Juan 16, 13).

De forma especial, Cristo, nuestro Señor resucitado de entre los muertos, está presente y se ofrece a los fieles en el Sacramento de la Santa Eucaristía. Participando en la Santa Eucaristía, entendemos y sentimos espiritualmente que la Resurrección de Cristo es el fundamento y el principio de nuestra propia resurrección, según Su promesa: «El que come Mi carne y bebe Mi sangre tiene vida eterna y Yo lo resucitaré en el último día» (Juan 6, 54), o «El que come Mi carne y bebe Mi sangre vive en Mí y Yo en él» (Juan 6, 56). He aquí por qué la Resurrección del Señor no es celebrada solamente una vez al año, sino en cada inicio de semana, el día Domingo. Ese día se llama así, porque es el “Día del Señor” (Dies Dominica), es decir, el primer día de la semana, en el que resucitó el Señor: «este es el día que el Señor ha hecho; sea nuestra alegría y nuestro gozo» (Salmos 117, 24).

Por eso, el Santo Apóstol Pablo exhorta a los cristianos a vivir en la luz de la Resurrección de Cristo y a prepararse para la resurrección general: «¿No sabéis que, al quedar unidos a Cristo mediante el bautismo, hemos quedado unidos a Su muerte? […] Así, también vosotros consideraos muertos al pecado, pero vivos para Dios en unión con Cristo Jesús» (Romanos 6, 3 y 11).

Amados fieles,

Nuestro Señor Jesucristo, crucificado, resucitado de entre los muertos y ascendido gloriosamente, se ofrece al mundo en la Iglesia, con una doble acción del amor: por una parte, el corazón humano de Cristo, el Hijo de Dios, es el receptáculo de todo el sufrimiento y de toda la vida humana en el mundo, y, por otra parte, la vida divino-humana de Cristo crucificado, resucitado y ascendido gloriosamente se transmite al mundo con los Sacramentos y los santos oficios litúrgicos de la Iglesia, como un adelanto de la paz y el gozo del Reino de los Cielos (cf. Mateo 28, 20).

Si no fuera por la resurrección de los muertos, la vida del hombre como ser racional, libre y capaz de amar, quedaría reducida a un horizonte biológico limitado, que termina en la tumba. Sin la resurrección —como victoria sobre el pecado y la muerte— todos los ideales de verdad, justicia, bondad y amor misericordioso de la humanidad quedarían sin sustento eterno y sin significado existencial. Desde esta perspectiva, la fe en nuestro Señor Jesucristo ofrece muchos significados a lo que la Resurrección representa para la vida cristiana.

1) El primer significado de la Resurrección para las personas es uno espiritual. El Señor Jesucristo, a través de Su Evangelio, nos llama primero a la resurrección del alma de la muerte causada por el pecado: «El que escucha Mis palabras y cree en Aquel que me ha enviado, tiene vida eterna y no será condenado, sino que ha pasado de la muerte a la vida» (Juan 5, 24). Así pues, la resurrección de los hombres no es algo reservado solamente para una época futura, cuando este mundo llegue a su final, sino que es algo que tiene lugar hoy mismo en las almas que escuchan y aceptan la Palabra de Dios: «Os aseguro que llega la hora, y en ella estamos, en que los muertos escucharán la voz del Hijo de Dios, y los que la escuchen vivirán» (Juan 5, 25).

2) El segundo significado de la Resurrección para los hombres es uno biológico o físico. Por amor misericordioso hacia aquellos que sufren la muerte de sus seres queridos, el Señor Jesucristo resucitó al hijo de la viuda de Naín (cf. Lucas 7, 11-16), a la hija de Jairo (cf. Mateo 9, 18-26; Marcos 5, 21-43; Lucas 8, 40-56) y a Su amigo Lázaro, hermano de María y Marta de Bethania (cf. Juan 11, 1-46). Estas tres personas jóvenes regresaron a la vida terrena biológica ordinaria y, en su vejez, murieron como todos los hombres. Con motivo de la resurrección de Lázaro, el Señor Jesucristo le revela a su hermana Marta la verdad de que el alma de quien cree en Cristo permanece eternamente viva, aunque su cuerpo muera. En este sentido, el Señor dice: «Yo Soy la Resurrección y la Vida. El que cree en Mí, aunque muera, vivirá. Y todo el que vive y cree en Mí no morirá para siempre» (Juan 11, 25-26).

3) Significado escatológico o último de la Resurrección. La Resurrección de Cristo no significa un regresar a la vida terrenal, biológica o natural, sino la entrada en un nuevo modo de existencia, desconocido para los hombres hasta la Resurrección de Cristo, el cual consiste en Su paso con alma y cuerpo a la vida celestial y eterna, al Reino de los Cielos, «donde no habrá más muerte, ni luto, ni llanto, ni pena». (cf. Apocalipsis 21, 4). Cristo, habiendo resucitado de entre los muertos, mata a la muerte misma, es decir que le pone un final, «pisoteando a la muerte con la muerte», como dice el Tropario de la Resurrección del Señor. Por tal razón, el Santo Apóstol Pablo dice de Cristo Resucitado que «la muerte ya no tiene dominio sobre Él» (cf. Romanos 6, 9). Así será también la resurrección general. En consecuencia, la luz y la alegría de la Resurrección de Cristo dan sentido a la historia universal de la humanidad y a la creación entera, porque la dirigen a la vida eterna y hacia «un cielo nuevo y una tierra nueva» (cf. Apocalipsis 21, 1). Aquellos que vivan cuando nuestro Señor Jesucristo venga «gloriosamente y con gran poder» (Cf. Mateo 16, 27 y 25, 31), «a juzgar vivos y muertos», en Su Segunda Venida, «serán transformados en un solo instante» (cf. 1 Corintios 15, 51-52). En otras palabras, conocerán un cambio en su condición de vida humana, biológica y perecedera, hacia un estado del cuerpo que no se corrompe, espiritualizado, transfigurado.

4) La resurrección general será seguida por el Juicio Final o Universal, por la evaluación espiritual de la vida y la libertad de todos los hombres de todos los tiempos y de todos los lugares existentes, de acuerdo con el criterio «del amor compasivo hacia los necesitados» (cf. Mateo 25, 31-46). Aquellos que en el tiempo de su vida terrenal hayan respondido al amor humilde y msericordioso de Dios, serán eternamente felices en comunón con el Dios que es Clemente. Aquellos que libremente hayan rechazado el llamado del amor piadoso o abnegado de Dios, sentirán el vacío espiritual del rechazo al amor de Dios, tal como nos lo muestra el Evangelio según San Mateo, en su capítulo 25.

En dicho capítulo aprendemos que nuestro Señor Jesucristo respeta tanto la libertad del hombre, que, por Su humildad que es total, esconde calladamente Su presencia entre los más pobres y en quienes sufren, entre los marginalizados, los olvidados y los despreciados, entre quienes viven en este mundo el límite entre la vida y la muerte. Sin embargo, en el Día del Juicio Final, nuestro Señor Jesucristo mostrará Su gloria y libertad como Creador del universo y del hombre, para establecer una eterna comunión celestial de amor y felicidad con todas las personas humildes y misericordiosas.

Así las cosas, la resurrección general es el objetivo final al que se dirigen la Iglesia y la humanidad entera. Esto explica por qué el Credo ortodoxo tiene, al final, como último artículo, esta confesión: «espero la resurrección de los muertos y la vida del siglo venidero». El hecho de que demos testimonio, en el Credo o Símbolo de Fe ortodoxo, que esperamos «la resurrección de los muertos y la vida del siglo venidero» nos demuestra que todas las etapas de la vida están dirigidas hacia la resurrección, que nuestro tiempo en este mundo es uno de preparación para la resurrección, que la muerte no es la última fase de nuestra vida, porque Cristo transformó la muerte en una pascua, en un paso a la vida eterna. Entonces, el cristiano tiene que mantenerse lleno de esperanza y alegría. El cristiano cree firmemente que la muerte física es solamente un paso o un mudarse a la vida eterna y que el futuro definitivo o último del hombre es el Reino de Dios, es decir, la entrada de los justos humildes y piadosos en el regocijo, la paz y la luz de la Santísima Trinidad (cf. Romanos 14, 17).

Cristianos ortodoxos,

La Pascua es una efusión de alegría que perpetúa la alegría de los discípulos que vieron al Señor Jesucristo resucitado de entre los muertos. Por eso, la alegría de haber vencido la muerte y de haber dado a los hombres como prenda la vida eterna es el regocijo más grande de la fe, mismo que supera a todas las efímeras alegrías de la vida humana sobre la faz de la tierra.

En estos días de fiesta, de luz y de alegría para nuestra vida cristiana, los exhortamos a todos a que, con amor paterno y fraterno en Cristo, demostremos la luz de la verdadera fe y de las buenas obras dondequiera que estemos, compartiendo con los demás la felicidad de la Resurrección de nuestro Señor Jesucristo.

Oremos por la paz en nuestro país y en todo el mundo. Asimismo, demostremos un amor fraternal a todos nuestros compatriotas que viven en el extranjero.

En el contexto del Año de homenaje al Centenario del Patriarcado Rumano, queremos agradecer especialmente a todos aquellos que han apoyado hasta ahora —y a quienes lo harán en el futuro—, con sus palabras y sus acciones, la construcción de la Catedral Nacional de la Salvación del Pueblo, para que esta pueda ser santificada el 26 de octubre de 2025.

Con motivo de las Santas Fiestas de Pascua, enviamos a todos nuestros más cálidos deseos de salud y felicidad, paz y alegría, junto con el saludo pascual: ¡Cristo ha resucitado! ¡Verdaderamente ha resucitado!

Orando por ustedes ante nuestro Señor Jesucristo,

† Daniel
Patriarca de la Iglesia Ortodoxa Rumana

Notas

[1] San Cirilo de Alejandría, Comentariu la Evanghelia Sfântului Ioan VII-VIII [Comentario al Evangelio de San Juan VII-VIII), în Scrieri. Partea a patra, trad., introd. și note Pr. Prof. Dr. Dumitru Stăniloae, coll. Părinți și Scriitori Bisericești, vol. 41, Ed. Institutului Biblic și de Misiune al Bisericii Ortodoxe Române, Bucarest, 2000, p. 752.

[2] Ibid, p. 752, n. 1414.

[3] San Máximo el Confesor, Ambigua, trad., introd. și note Pr. Prof. Dr. Dumitru Stăniloae, Ed. Institutului Biblic și de Misiune al Bisericii Ortodoxe Române, Bucarest, 2006, p. 78.