Palabras de espiritualidad

¡Dios mío, perdóname por haber juzgado a mi stárets!

  • Foto: Stefan Cojocariu

    Foto: Stefan Cojocariu

En algo me equivoqué, alguna falta cometí, algún pensamiento... ¿Qué hice en las últimas horas? ¿En dónde estuve? ¿Qué dije? ¿Qué hice?”, empecé a cuestionarme con intranquilidad. Finalmente encontré la causa: había juzgado a mi propio stárets.

«Recuerdo que, en tiempos del stárets Nicéforo, una vez caí en el pecado de juzgarlo. ¡Sí, a él, que era mi stárets! De noche, cuando me disponía a hacer mis oraciones, vi un “muro” que no me dejaba avanzar en la oración. “Señor Jesucristo...”, “Señor Jesucristo...”. No podía decir nada más. “En algo me equivoqué, alguna falta cometí, algún pensamiento... ¿Qué hice en las últimas horas? ¿En dónde estuve? ¿Qué dije? ¿Qué hice?”, empecé a cuestionarme con intranquilidad. Finalmente encontré la causa: había juzgado a mi propio stárets.

Al día siguiente era domingo y debía oficiar la Divina Liturgia. ¿Qué podía hacer? Empecé a orar: “¡Dios mío, perdóname por haber juzgado a mi stárets! ¡Te suplico que perdones mi falta!”. Nada... “Bien, ¿pero es que no hay perdón para mí? ¿No son válidas mis palabras?”. Me quedé en silencio un rato. Después empecé nuevamente: “Señor, a Pedro, quien te negó tres veces, lo perdonaste. Yo no te he negado, sino que me he atrevido a juzgar a mi stárets. ¡Me arrepiento de haberlo hecho y te ruego que me perdones!”. Nada.

Tomé mi cuerda de oración y traté de orar. No podía. Desconsolado, me eché a llorar. Torrentes de lágrimas resbalaban por mis mejillas. “Dios mío, Dios mío, ¿es que no hay perdón para mí? Tú eres el Dios de la misericordia y el perdón... ¿por qué no te apiadas de mí? También a la venerable María de Egipto la perdonaste cuando se arrepintió. Lo mismo con incontables pecadores más. Hasta a los mártires que se fueron con los turcos los perdonaste y te apiadaste de ellos cuando se arrepintieron. ¿No me puedes dar de Tu misericordia? ¿No hay perdón para mí?”.

Así pasaron tres horas. Y durante toda la Divina Liturgia no pude contener el llanto. Sólo al final sentí una paz profunda, una dulzura indescriptible y un gozo muy grande. Y mi oración empezó a brotar sola: “¡Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de mi...!”. Después pude continuar con la Liturgia.

Luego, una cosa es juzgar a un extraño, y otra juzgar a tu stárets. ¡Ay de ti si te atreves a juzgar a tu stárets, porque es como si estuvieras juzgando a Dios mismo!

(Traducido de: Ieromonahul Iosif Aghioritul, Starețul Efrem Katunakiotul, Editura Evanghelismos, București, 2004, pp. 188-189)