Dios no abandona a nadie
Oremos fervientemente a Dios, diciendo junto al salmista: “Dígnate, oh Dios, librarme; apresúrate, Señor, en socorrerme. ¡Tú ves cuán pobre soy y desdichado! Oh Dios, ven pronto a verme. ¡Tú eres mi socorro, mi liberador, Señor, no tardes más!” (Salmo 69, 1)
Por medio de la oración, muchos creyentes del Viejo y del Nuevo Testamento —y hasta nuestros días— obtuvieron y siguen obteniendo mucho provecho espiritual y físico. Con todo, muchos cristianos se quejan, diciendo que Dios los ha abandonado y no les da lo que han pedido y lo que esperan de Él... Este es el murmullo del maligno, que siempre busca arrojar al mundo en el abismo de la desesperanza. Dios no abandona a nadie, aunque los hombres —infelizmente y dejándose llevar por los engaños de nuestros tiempos— lo olvidan y abandonan, o no oran como es debido, así como nos enseñó nuestro Señor, al decir: “Oren y vigilen sin cesar, para no caer en tentación”.
Sabiendo que las oraciones tienen un enorme valor, fuerza y privilegio ante el Todopoderoso Dios, sabiendo también que por medio de su ayuda podemos obtener lo que nos es de beneficio, en todo momento, cirscunstancia y necesidad, oremos fervientemente a Dios, diciendo junto al salmista: “Dígnate, oh Dios, librarme; apresúrate, Señor, en socorrerme. Tú ves cuán pobre soy y desdichado! Oh Dios, ven pronto a verme. ¡Tú eres mi socorro, mi liberador, Señor, no tardes más!” (Salmo 69, 1)
(Traducido de: Protosinghel Nicodim Măndiță, Învățături despre rugăciune, Editura Agapis, București, 2008, p. 38)