Palabras de espiritualidad

Dios nos ofrece la oportunidad de limpiarnos de nuestros pecados, pero tenemos que decidirnos a hacerlo

  • Foto. Silviu Cluci

    Foto. Silviu Cluci

Dios no condena la caída del hombre. Dios condena la falta de voluntad del hombre para levantarse.

Dios nos otorgó la posibilidad de purificarnos por medio del Santo Bautismo y también con el “segundo Bautismo”, que puede repetirse incontables veces, es decir, el Sacramento de la Confesión. “Se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos Míos en todos los pueblos. A quienes perdonéis los pecados, les serán perdonados; a quienes se los retengáis, les serán retenidos” (Mateo 28, 18-19). Esta es la potestad que se les concedió a los Apóstoles, los Obispos y los Sacerdotes, para ayudarnos a purificarnos de nuestras faltas. Por eso es que venimos a la iglesia, y le decimos al sacerdote: “¡He cometido un pecado!”. Es decir, tenemos la posibilidad de purificarnos. Si no nos purificamos, Dios ha “instalado” en nosotros una conciencia, y la conciencia es eso que nos llevará al infierno eterno, o al Paraíso eterno.

Muchos dicen que Dios castiga. Eso no es cierto. Dios no castiga, Dios solamente aparta Su mano un poco de nosotros, y entonces entra en escena el demonio para hacer lo que le apetezca. Dios permite esas acciones del maligno, porque Él, siendo todo bondad, no puede intervenir (y tampoco quiere hacerlo, porque eso significaría exceder esa cualidad que le es propia, Su bondad sin límites). Pero, para la realización de Su justicia, Dios permite que se produzca ese desequilibrio. Dios no condena la caída del hombre. Dios condena la falta de voluntad del hombre para levantarse. Así pues, Cristo aceptó ser crucificado por nosotros, derramando hasta la última gota de Su Sangre. Con esto, entendió cuánto puede el hombre, porque esa fue la razón de Su encarnación: ver de lo que era capaz la naturaleza humana. Y Cristo vio cuánto podía soportar. Cargó con la cruz, ayunó, oró, soportó el hambre, lloró, entendió el dolor y pudo experimentar cómo te sientes cuando alguien te abofetea injustamente. Incluso llegó a decir: “¡Perdónalos, porque no saben lo que hacen! ¡Perdónales, Padre, sus pecados!”.

Entonces, si Él hizo todo esto, si entendió la debilidad del hombre, si nos dejó el Bautismo para la anulación del pecado ancestral y la confesión para los demás pecados, si el hombre no quiere beber de la fuente de su auténtica redención, es absolutamente justo lo que decida nuestra conciencia: el infierno eterno. La única discusión que podría mantenerse en pie sería: ¿por qué “eterno”? Porque también el Cielo es eterno. Porque hubo un sinfín de posibilidades de evitar ese infierno eterno. Dios quisiera perdonarte, ¡pero tu conciencia no te deja! Elegiremos derecha o izquierda, según lo determine nuestra conciencia.

(Traducido de: Părintele Nicolae TănaseSoțul ideal, soția ideală, Editura Anastasis, Sibiu, 2011, pp. 185-186)