Dios nos pide que le hablemos de “Tú” y que seamos amigos Suyos
Su grandeza nos atemoriza, Su humildad nos estremece. Y cuanto más nos esforzamos, con todo nuestro vigor, en nuestra atracción hacia Él, con alegría sentimos el proceso de enaltecimiento, aunque nos siga pareciendo que nunca lo alcanzaremos. Y sucede que llegamos a la extenuación, nos llena una cierta desesperanza, sentimos que estamos por caer... y en un instante, inesperadamente, viene Él y nos abraza con amor.
Nuestro espíritu atraviesa un estado de fascinación y agradecimiento cuando descubrimos el Santo Misterio que supera toda razón: El Dios Vivo, a Quien puedes hablarle de “Tú”.
Su grandeza nos atemoriza, Su humildad nos estremece. Y cuanto más nos esforzamos, con todo nuestro vigor, en nuestra atracción hacia Él, con alegría sentimos el proceso de enaltecimiento, aunque nos siga pareciendo que nunca lo alcanzaremos. Y sucede que llegamos a la extenuación, nos llena una cierta desesperanza, sentimos que estamos por caer... y en un instante, inesperadamente, viene Él y nos abraza con amor. Dios es asombrosamente paradójico. El alma está por preguntarle: “¿En dónde estabas cuando atravesé esos momentos?”; sin embargo, viéndolo a su lado, no llega a emitir su cuestionamiento. El propósito de ese “abandono” por parte de Dios es demostrarnos que todavía no estamos listos, que aún no hemos llegado al final de nuestro camino, que debemos saber vencer mayores desolaciones: beber completamente de Su copa (Mateo20, 22).
Y, de esta manera, en un devoto temor y en la luz de la esperanza que se fortalece, el alma se humilla y profundiza su alegría por conocer mejor los caminos de Dios, nuestro Salvador.
(Traducido de: Arhimandrit Sofronie, Vom vedea pe Dumnezeu precum este, București, Editura Sophia, 2008, p. 38)