¡Dios nos ve con clemencia, siempre!
¿Por qué tendríamos que permitir que nuestro ojo se envilezca, sabiendo que Dios es bueno y espera la conversión de todos los hombres?
Los pecadores, cuando sienten la presencia de Dios, pierden su usual moderación y empiezan a hablar y a hacer cosas extrañas e incomprensibles para los demás, aunque son cosas que nacen de un gran amor. Lo mismo pasa con aquellos que asisten a la iglesia sin saber lo que hacen, porque su amor los une a Dios, de una forma que solamente Él entiende y aprecia. En consecuencia, intentemos ver a esas personas con los ojos de Dios. Y, aunque sean personas “pecadoras”, es ante Dios que deben responder por sus faltas, no ante nosotros. Los ojos de Dios son clementes y compasivos.
Desde luego, también hay personas que viven su fe con arrogancia; me refiero a esos que, como dicen algunos, “confinan” a Dios en las iglesias, en donde lo visitan una vez a la semana, prohibiéndole existir afuera de esos muros de piedra e impidiéndole obrar en aquellos a quienes esas personas consideran indignos de Su amor, porque no son creyentes. Entonces, amigo, ¿es esto un obstáculo lo suficientemente grande, como para interponerse entre Dios y nosotros? ¿Es suficiente motivo para odiar a Dios, argumentando que la gente es mala? ¿Por qué tendríamos que permitir que nuestro ojo se envilezca, sabiendo que Dios es bueno y espera la conversión de todos los hombres?
(Traducido de: Ieromonah Savatie Baştovoi, Dragostea care ne sminteşte, Editura Marineasa, Timişoara, 2003, pp. 79-80)