¡Dios nunca te abandonará!
Aunque vivían sometidos por sus pasiones, eran generosos y les dolía en el corazón la necesidad de los otros. Tenían espíritu de sacrificio, por eso fue que Dios los ayudó.
¿Es posible que el hombre viva en la indiferencia, pero, a pesar de esto, ser capaz de dar un valiente testimonio de Cristo cuando las circunstancias se lo exijan?
—Para que el hombre pueda hacer esto, debe haber bondad en su alma y espíritu de sacrificio. Tene que cultivar la nobleza, el espíritu de sacrificio. Cada uno debe ser capaz de sacrificarse por el otro. ¿Se acuerdan de San Bonifacio y de Santa Aglaida (San Bonifacio era el siervo de la noble Aglaida, pero también era el siervo del amor de su ama)? Vivían en Roma, de una forma completamente deplorable y licenciosa, pero cuando se sentaban a comer, no podían dejar de pensar en los pobres. Entonces, corrían a dar de comer a los pobres y solamente después comían ellos. Aunque vivían sometidos por sus pasiones, eran generosos y les dolía en el corazón la necesidad de los otros. Tenían espíritu de sacrificio, por eso fue que Dios los ayudó. Por su parte, Aglaida, a pesar de su vida de pecado, amaba a los Santos Mártires y veneraba sus santas reliquias. Ella fue quien le dijo a Bonifacio que fuera con otros de sus siervos a la Asia Menor, para reunir y comprar las santas reliquias de varios mártires, para llevarlas a Roma. Y Bonifacio le respondió: “Y si también te traigo mis reliquias, ¿las aceptarás?”. “¡No hagas bromas con algo tan importante!”, le respondió ella.
Así, cuando la pequeña delegación llegó a Tarso, Bonifacio se fue directamente a la arena a comprar las reliquias. Al llegar, se quedó sin palabras al contemplar el martirio de aquellos santos hombres que eran retenidos en aquel lugar para ser torturados, e inmediatamente se sintió profundamente conmovido por su devoción y perseverancia. Corrió, les besó las cadenas y las heridas, y les suplicó que oraran para que Cristo le diera las fuerzas necesarias para dar testimonio en público de su fe cristiana. Entonces, en aquel mismo lugar confesó su fe y fue apresado, torturado y muerto, y sus acompañantes compraron sus restos para llevárselos a Roma, en donde el ángel del Señor puso al tanto a Aglaida de todo lo sucedido. Así fue como se cumplió lo que el mismo Bonifacio había anunciado con una sonrisa, antes de partir hacia Roma. Admirada por el sacrificio de Bonifacio, Aglaida decidió repartir todos sus bienes entre los pobres y, llevando una vida de austeridad y oración, vivió otros quince años, santificándose (ambos son conmemorados el 19 de diciembre). Como vemos, si bien antes cayeron presa del mal y tomaron un camino equivocado, como tenían un espíritu de sacrificio, Dios no los abandonó.
(Traducido de: Sfântul Cuvios Paisie Aghioritul, Cuvinte duhovnicești. Volumul II. Trezvie duhovnicească, traducere de Ieroschimonah Ștefan Nuțescu, ediția a II-a, Editura Evanghelismos, București, 2011, pp. 257-258)