Dios obra grandes prodigios en el alma y el cuerpo del hombre
Los cinco sentidos: la vista, el oído, el olfato, el gusto y el tacto, con las maravillosas funciones del cerebro y del cuerpo humano, nos demuestran silenciosamente la acción de Dios en el hombre.
Como con el universo, Dios obra grandes prodigios en el alma y el cuerpo del hombre. Un ejemplo de esto es la transformación de los alimentos, la bebida y el aire que respiramos, en sangre pura; un hombre sano tiene más o menos seis litros de sangre en su cuerpo y en cada milímetro cúbico hay aproximadamente cinco millones de glóbulos rojos. Si uniéramos todos los glóbulos de la sangre de un hombre sano, normal, formaríamos un hilo de una longitud inmensa, con el cual se podría rodear a nuestro planeta unas tres veces; todos esos glóbulos que viven en nuestra carne, nuestros nervios, en nuestros órganos digestivos, respiratorios y circulatorios, nos hablan de Dios, Quien eternamente obra tácitamente en el hombre.
Los cinco sentidos: la vista, el oído, el olfato, el gusto y el tacto, con las maravillosas funciones del cerebro y del cuerpo humano, nos demuestran silenciosamente la acción de Dios en el hombre. Todos esos prodigios que Dios realiza a gran escala, con exactitud, en el universo o en el mundo, también los obra a un nivel mucho menor, en cada hombre, del cual se puede decir que es un “pequeño mundo”.
(Traducido de: Protosinghelul Nicodim Măndiță, Învățături despre rugăciune, Editura Agapis, București, 2008, p. 15)