Distanciamiento social, pero no soledad. Atravesando con Cristo las olas de la vida
En esta ola de intranquilidad y temor, de incertidumbre y agitación, debemos ver todo desde una perspectiva moral, como si se tratara de un examen de vida que debemos absolver para nuestro crecimiento espiritual, y buscando la salvación.
Cierto es que el mundo entero se enfrenta a una prueba de grandes proporciones. Sea como sea que se libre de ella, no importando el sacrificio que haya que hacer, el mundo no volverá a ser el mismo. Aún no intuimos ni somos capaces de conocer la verdadera magnitud del sufrimiento actual. Espero que, más allá de todo esto, el mundo y cada ser humano gane en experiencia y sabiduría. Un capítulo de la lección de sabiduría que podemos aprender es no aferrarnos tanto a las cosas materiales y a no poner toda nuestra confianza casi exclusivamente en el hombre, aunque en algún momento pueda salvarnos la vida, sino apreciar mucho más el mundo interior y espiritual, y “anclarnos” en Dios.
En esta ola de intranquilidad y temor, de incertidumbre y agitación, debemos ver todo desde una perspectiva moral, como si se tratara de un examen de vida que debemos absolver para nuestro crecimiento espiritual, y buscando la salvación. La realidad parece, sin embargo, un maestro implacable: primero te da el examen y sólo después te enseña la lección.
Las restricciones que han sido impuestas —y que no son las últimas— tienen como propósito retardar la llegada del punto más agudo de la epidemia y, en la medida de lo posible, su segmentación, con la esperanza de limitar los efectos de este devastador virus.
Así, se nos recomienda evitar el contacto directo con otras personas, incluso con nuestros seres queridos, renunciar a los abrazos y a saludarnos de la mano, guardar una distancia de seguridad de 1-2 metros, lo que se llama “distanciamiento social”. Si bien este puede ser sano y necesario en estos momentos, también puede originar una devastadora soledad espiritual. Por esta razón, no debemos permitir que ese distanciamiento provoque rupturas, evitar a los demás en todo contexto y que lleguemos a la soledad interior.
Nuestra fe ortodoxa, cimentada en las palabras de la Santa Escritura y las de los Santos Padres, nos enseña que el hombre no fue creado para estar solo, sino para vivir en comunión, en amor y entrega. Para el ser humano, la soledad es el sufrimiento más grande de todos, como bien señala Paul Eudokimov.
A su vez, muchos estudios en el campo de la medicina consideran al aislamiento social y la soledad emocional un predictor de la enfermedad y la muerte. Hay una “soledad positiva” que uno asume voluntariamente, para concentrarnos en determinados proyectos, objetivos y prioridades. Si esta es necesaria y tiene frutos benéficos, la “soledad negativa”, a la cual nos someten otros, marginándonos, ignorándonos o evitándonos, tiene unos devastadores efectos negativos, tanto a nivel espiritual como biológico.
Diversas fuentes en la materia nos previenen, recordándonos que el estado de soledad tiene influencia sobre los procesos de la hormona del estrés, el sistema inmunológico y la función cardiovascular. Así, estos cambios fisiológicos pueden llevar a muchas personas a morir prematuramente [1]. Es una soledad que llega a lo más recóndito de cada célula, alterándola. Aún más, tal como lo demuestran los más recientes estudios en materia de neuro-cerebrología, cuando una persona es rechazada, en su cerebro se activa la misma región que registra las respuestas emocionales ante el dolor físico real, el córtex cingulado anteroposterior [2].
En consecuencia, la “soledad social” o “aislamiento social” es algo altamente pernicioso en cualquier edad, y produce efectos negativos semejantes a los del cigarrillo, el alcohol, el sedentarismo y la obesidad [3].
De forma asombrosa, los expertos han descubierto también otro aspecto muy importante: el apoyo o las relaciones sociales de calidad son un predictor de la felicidad y longevidad de la persona que las cultiva. El matrimonio mismo prolonga la vida de los esposos: ocho años, en el caso de los hombres, y cuatro, en el caso de las mujeres. Cada relación de amistad verdadera nos realiza y nos hace felices; como bien decía San Juan Crisóstomo, un amigo bueno es un “segundo yo”. Al lado de un buen amigo somos capaces de enfrentar el desierto y el glaciar, el exilio y el alejamiento. En su ausencia, ni nuestra patria no es nuestra patria, ni nuestra casa no es nuestra casa.
En los tiempos que estamos viviendo, en los que se nos recomienda el auto-aislamiento y el distanciamiento social, tenemos a nuestra disposición, como forma de contrarrestar y limitar sus efectos, el cultivo de la cercanía emocional y espiritual.
El cristiano sincero sabe que nunca está solo, mucho menos en los momentos más difíciles de su vida, porque a su lado se encuentra permantemente nuestro Señor Jesucristo, Quien es nuestro Padre y Hermano, nuestro Amigo y Confidente.
El vínculo con Dios se realiza por medio de la oración, que es nuestro diálogo con Él, una conversación llena de sinceridad con nuestro Padre Celestial. La oración tiene la capacidad de consolar y confortar, de dar paz y serenidad al alma apesadumbrada. El que ora con sinceridad nunca esta solo, sino que tiene una vida plena y rica. El diálogo y la unión con Dios es el sentido y el propósito final de nuestra vida. Una paradoja del mundo de hoy y de la vida del hombre contemporáneo es que, aún hallándose en medio de multitudes, guarda un sentimiento de aislamiento y soledad. No obstante, los grandes ascetas, viviendo en lo solitario, en reclusión o aislamiento, tienen un sentimiento de plenitud. Su vida rebosa de la presencia de Dios, Quien se les hace sentir por medio de la oración.
Más que nunca, este es el momento propicio para que sumemos a nuestra oración una más frecuente y lúcida relación de comunicación y comunión con nuestros seres queridos: familia, amigos y compañeros, valiéndonos de los medios digitales a nuestro alcance: teléfono, correo electrónico y redes sociales. De esta forma, el aislamiento físico devendrá en ocasión para la cercanía espiritual.
Luchando en contra de la ansiedad social y los miedos más o menos justificados, el cristiano puede agregar a su programa de oración el sintonizar estaciones de radio o de televisión como Trinitas TV, Radio Trinitas o Doxologia, que son un verdadero bálsamo para el alma. Además de estas transmisiones “en directo” —auténticos medios de lucha en contra del aislamiento y de fortalecimiento de la comunión, aún sea recurriendo a lo que la tecnología nos ofrece—, el cristiano tiene la oportunidad de alimentarse con las palabras de aliento de algunas de las grandes personalidades de la vida religiosa: jerarcas y padres espirituales, sacerdotes y fieles con un altísimo valor moral.
Al mismo tiempo, las lecturas espirituales y formativas, y el acceder a películas y emisiones instructivas tienen la capacidad de limitar los efectos del aislamiento, la distancia y la soledad física.
A la oración perseverante para invocar la misericordia y el auxilio de Dios hacia aquellos que sufren y también para con nuestros seres más cercanos, es importante sumar, en estos momentos, nuestras plegarias por aquellos de quienes depende nuestra vida: médicos, enfermeras y enfermeros, asistentes, voluntarios, sacerdotes y farmacéuticos, con la esperanza de que nuestro Misericordioso Dios se apiadará del mundo que creó desde Su amor infinito, no para que muriera, sino para que se salvara, aunque alcanzar esa salvación suponga enfrentar pruebas y también sufrir.
En cierta ocasión le preguntaron a un cristiano que había sufrido mucho en su vida: “¿Cómo hizo usted para dejar atrás todas esas aflicciones, y superar momentos y pruebas tan difíciles de soportar?”. Y él respondió: “Primero intentaba evitarlos. Pero, viendo que esto era imposible, le pedí a Dios que viniera a ayudarme y me arrojé sin titubear en ese torbellino. ¡Y, como pueden ver, aún no he muerto!”.
También nosotros, invocando el auxilio de Dios, atravesemos, como Pedro, las olas de la vida presente, convencidos de que, mientras Él esté con nosotros, no tendremos nada a qué temerle y nadie de quien podamos asustarnos en realidad.
[1] John T. CACIOPPO, William PATRICK, Singurătate. Natura umană şi nevoia de conexiune umană [Soledad. La naturaleza humana y la necesidad de la conexión humana], traducere din limba engleză de Radu Şorop, Editura Vellant, Bucureşti, 2018, p, p. 21.
[2]Ibid, p. 24
[3]Ibid, p. 69