Palabras de espiritualidad

Dos momentos en la vida de San José (Naniescu), el Misericordioso

    • Foto: Stefan Cojocariu

      Foto: Stefan Cojocariu

Este cántico tiene el propósito de exaltar a la Madre del Señor y agradecerle, porque, con su merecimiento y con la encarnación del Señor en su vientre, vino al mundo la salvación para todos los hombres.

Un día, vino a buscarle un hombre para confesarse, llorando desconsoladamente.

¿Por qué lloras, hijo?, le preguntó el metropolitano. ¿Qué pecados has cometido?

He oficiado como sacerdote, sin serlo. He bautizado, he confesado, he oficiado entierros, he celebrado la Divina Liturgia, he impartido la Comunión... ¡He cometido el peor de los pecados! Creo que Dios no me perdonará y que mi alma está perdida.

Al terminar de confesarlo, el metropolitano le dijo:

Prepárate como es debido y regresa el domingo, para que te ordene diácono y después sacerdote.

Así consideró el buen pastor que podía salvar aquella alma y evitar que los fieles se perturbaran.

El venerable jerarca era muy pobre y solía vestirse con modestia. Uno de los ministros de Estado, queriendo ayudarlo, le envió, en vez de salario, un paquete con vestimentas monacales recién confeccionadas. Pero, amando la pobreza de Cristo, el metropolitano José prefirió vender dichos atuendos y repartir el dinero entre los más necesitados.

Una vez, el metropolitano fue llamado a una reunión sinodal. Mientras esperaba a que partiera el tren, vio que en su vagón entraba otro sacerdote, que también viajaba hacia el mismo destino. Este último, viendo al anciano prelado vestido con tanta sencillez, y sin reconocerlo, le preguntó:

¿A dónde va, padre?

Tengo asuntos que resolver fuera de la ciudad...

Horas después, cuando el tren se aproximaba a la estación, el metropolitano se levantó, tomó sus vestimentas jerárquicas del compartimiento respectivo y se dirigió a la puerta del vagón. En ese instante, sonrojado, el otro sacerdote entendió que había viajado con un jerarca, cosa que pudo confirmar al ver cómo aquel anciano era esperado por una comitiva de obispos.

(Traducido de: Arhimandrit Ioanichie BălanPatericul românesc, Editura Mănăstirea Sihăstria, pp. 481 - 482)