Palabras de espiritualidad

El alma humilde y la lucha con el maligno

    • Foto: Oana Nechifor

      Foto: Oana Nechifor

Translation and adaptation:

Cristo era Dios”, le respondí, “no un bufón como yo, que pierdo el tiempo hablando contigo. ¡Anda, vete ya!”.

En Sinaí, en la ermita de Santa Epistimia, en donde viví por un tiempo, había una fortificación con una pequeña iglesia y una celda. Sobre ellas se alzaba la montaña, y en la parte inferior había un muro de unos cuatro o cinco metros de altura. Junto a la pared, en una esquina, puse unos leños, y sobre ellos cepillaba pequeños trozos de madera, que luego utilizaba para hacer íconos. Un día, mientras trabajaba en esto, repitiendo en mi interior la “Oración de Jesús”, escuché repentinamente una voz que me decía: “¡Si te subes al muro y te lanzas al vacío, no te pasará nada!”. Volví la cabeza para ver quién me hablaba, y noté que detrás de mí había una sombra negra y cabezona. “¡Ah, qué diablito!”, dije. Pero no le di importancia y seguí trabajando en mis cosas. Sin embargo, la sombra ni se movió de aquel lugar. “¡Puedes arrojarte desde el muro, que no te pasará nada!”, empezó a repetir. Yo me hice el sordo. Fueron como quince minutos en la misma situación. ¡Qué comedia aquella! En un momento dado, me volví hacia él, y le dije: “¡Si no te vas, mira que te doy una pedrada...!”. “¡Ni Cristo podría haber dicho algo así!”, me respondió con rapidez. Entonces sí que me indigné. “Cristo era Dios”, le respondí, “no un bufón como yo, que pierdo el tiempo hablando contigo. ¡Anda, vete ya!”. Fue suficiente. Inmediatamente desapareció.

El demonio no puede derribar una sola alma allí en donde hay humildad. El humilde no cae, porque sabe que está pisando el suelo.

(Traducido de: Cuviosul Paisie Aghioritul, Patimi și virtuți, Ed. Evanghelismos, București, 2007, p. 187)