El alma que canta
Los sonidos que antes eran estridentes formarán, entonces, una prodigiosa melodía, y tu alma resonará para siempre en un cántico de gozo, de victoria, de alabanza.
Cuenta una antigua leyenda que, en un viejo castillo, en un olvidado país, suspendido de un largo y oxidado clavo, había un instrumento musical lleno de polvo, olvidado por todos quién sabe desde cuándo. Nadie sabía cómo utilizarlo, aunque muchos lo habían intentado... ¡nadie conseguía sacarle un simple sonido! Un día, un viajero que venía de lejos entró al castillo y, viendo el instrumento, lo tomó entre sus manos. Lo limpió cuidadosamente, le afinó conmovido sus cuerdas, y estas comenzaron a vibrar bajo los dedos del forastero, después de haber permanecido en silencio durante un sinfín de años. Pronto esas cuerdas comenzaron a emitir marvillosos sonidos, que llegaban a lo más hondo del alma. El forastero era, de hecho, el dueño del castillo, quien volvía luego de una ausencia muy prolongada.
¿Cómo entender el relato anterior? El alma del hombre se asemeja a esa arpa. El alma permanece “desafinada”, llena de polvo y muda, mientras no la toque la mano del Creador. Recíbelo, pues, y Él limpiará con Su amorosa mano la pudredumbre del pecado, corrigiendo todo lo que suene “destemplado” en tu corazón. Los sonidos que antes eran estridentes formarán, entonces, una prodigiosa melodía, y tu alma resonará para siempre en un cántico de gozo, de victoria, de alabanza.
(Traducido de: Fiecare zi, un dar al lui Dumnezeu: 366 cuvinte de folos pentru toate zilele anului, Editura Sophia, p. 107)