El alma se estremece cuando ora a la Santísima Trinidad
Ya que Cristo es la luz del mundo, aquellos que no lo ven, quienes no creen en Él, están, ciertamente, ciegos. Y, por el contrario, todos los que luchan por guardar los mandamientos de Cristo caminan en la luz.
Que toda tu alma se estremezca de amor ante la importancia de la oración, de manera que tu mente, tu voz interior y tu voluntad —los tres componentes de tu alma— se hagan una sola, y una se convierta en tres. De esta manera, el hombre, que es la imagen de la Santísima Trinidad, entra en contacto y se une con el prototipo. Tal como decía aquel gran practicante y maestro de la oración con la mente, San Gregorio Palamás: “Cuando la unidad de la mente se divide en tres, pero sigue siendo una, se adhiere a la divina Unidad de la Trinidad y cierra la puerta a cualquier forma de engaño; así es como se alza sobre el cuerpo, el mundo y también sobre el príncipe que domina al mismo mundo”.
Toda oración es activa: es Cristo con el Padre y con el Espíritu Santo. Es la Santísima Trinidad, una en esencia e indivisible. Ahí donde está Cristo, que es la Luz del mundo, está también la luz infinita del mundo eterno, y todo está lleno de paz y regocijo; ahí están también los ángeles y los santos, rodeados del esplendor del Reino. Dichosos los que ya desde esta vida se han ataviado con la Luz del mundo, Cristo, porque llevan la vestimenta de la pureza.
Y ya que Cristo es la luz del mundo, aquellos que no lo ven, quienes no creen en Él, están, ciertamente, ciegos. Y, por el contrario, todos los que luchan por guardar los mandamientos de Cristo caminan en la luz. Dan testimonio de Él, lo adoran y lo honran como a un Dios. Todo aquel que da testimonio de Cristo y lo considera su Señor y su Dios, es fortalecido por el poder de invocar Su nombre para cumplir con Su voluntad. Pero si no se siente fortalecido, es que está confesando a Cristo solamente con su boca, en tanto que su corazón se halla lejos de Él.
(Traducido de: Comori duhovnicești din Sfântul Munte Athos – Culese din scrisorile și omiliile Avvei Efrem, Editura Bunavestire, 2001, pp. 328-329)