El amor de Dios es delicado
El amor es de una sutileza, de una delicadeza, de una fineza tan especial, la de una entrega que no podríamos imaginarnos, porque todavía somos insolentes por naturaleza y procaces en nuestra falta de espiritualidad.
El amor, aún tratándose del todopoderoso amor de Dios, es, podríamos decir, vulnerable. El amor de Dios es frágil. No es que Dios sea frágil, mucho menos Su Omnipotencia —¡ay de mí si pensara eso!—, pero la cualidad del amor es la fragilidad. El amor es una delicadeza de entregarte totalmente al otro. Cristo nos enseñó hasta qué punto llegar: se entregó a Sí mismo, hasta la Cruz y hasta la muerte, aún hasta las mismas profundidades del infierno, compartiendo Su suerte con los infames, y aún en el último momento de vida encontró la forma de salvar a un pecador; porque propició, por medio de la turbación de un bandido, el arrepentimiento y la confesión de otro, hasta hacerlo digno de decirle: “Amén. Hoy estarás conmigo en el Paraíso”. ¡Hoy mismo!
Luego, el amor es de una sutileza, de una delicadeza, de una fineza tan especial, la de una entrega que no podríamos imaginarnos, porque todavía somos insolentes por naturaleza y procaces en nuestra falta de espiritualidad. Es en este sentido que quiero decirles que el amor es una experiencia de una sutileza especial, de modo que cualquier infracción le resulta dolorosísima. Sin embargo, he aquí que quien ama y resulta herido, no es el que muere: muere el que vulnera el amor. Aquel que ama y resulta herido no está perdido, pero sufre viendo que ese otro a quien ama, por el pecado que comete en contra suya, morirá.
Dios no es como lo quiere ver una teología mentirosa, “ofendido por la transgresión de Adán”. Dios muere de dolor, porque Su amado, el primer creado, y todos los que habrían de nacer de él, morirán de ahora en adelante. “Polvo eres y en polvo te convertirás”.
En Su amor, Dios no pudo dejar que Su amado muriera y asumió el “canon” de arrepentimiento por él, que es un canon pecador, es decir, cruz y oprobio. ¿Hemos notado cómo todo el trabajo de Cristo como Maestro, predicando el amor, quedó inutilizado en unos momentos? Hablo de la vergüenza de la pérdida de una vida entera de esfuerzo. El Todopoderoso asumió todas las vergüenzas y todas las debilidades, para asemejarse en todo a la debilidad humana, para poder cargar con mi propia debilidad, con mi pecado, con mi impureza y mi maldad, como si Él fuera el pecador, el débil, el desagradable, el malo y el mortal. ¿Por qué? Porque Dios, siendo Todopoderoso, es imposible de vencer con nada de lo que hay en cielos o tierra. Pero Él se hace débil, hasta descender a los infiernos. Entonces, ¡mira lo que te espera, infierno! Dice San Juan Crisóstomo, en su Prédica de Pascua: “El infierno recibió un cuerpo, pero con Dios se encontró”. O, como dicen otros cánticos del Tríodo: “Apenas se estaba asentando la Cruz de Cristo en la tierra, cuando el infierno comenzó a lamentarse: ¿Quién me ha metido un clavo de madera en el corazón?”. Esta es la fuerza de Dios. Y, como dije alguna vez en el monasterio, si fuéramos verdaderos filósofos, si tuviéramos las premisas de nuestro pensamiento claramente establecidas, con sólo observar todas las filosofías, todas las religiones y los ideales de la historia, entenderíamos que solamente Cristo es el Dios verdadero, precisamente por la fragilidad con la que se nos muestra. ¿Quién podría permitirse tanta sutileza? ¿Quién podría permitirse perder el fruto de todo su esfuerzo? Solamente Aquel que sabe que es Todopoderoso y que nada ni nadie podría vencerle. “¡Espera, muerte! ¡Espera, infierno! No me opongo a la Cruz, no lucho para demostrarle al hombre que puedo bajarme de la Cruz, no hago un milagro y consigo que venga Elías para arrancarme de la Cruz, o quién sabe qué... ¡Espera, infierno, lo que habrá de venir!”.
(Traducido de: Cultura Duhului - Ieromonah Rafail Noica, Editura Reîntregirea, Alba Iulia, 2002, p. 118)