Palabras de espiritualidad

El amor de San Porfirio por un enfermo de sida

  • Foto: Oana Nechifor

    Foto: Oana Nechifor

Al terminar, el enfermo salió lleno de lágrimas, pero también de serenidad, sosteniendo entre sus manos una cuerda de oración que el padre le había obsequiado.

«Un día fui a visitar al padre Porfirio, acompañando a una persona enferma de sida.

Ciertos amigos míos, que sabían de mi amistad con el Padre, me pidieron que ayudara a aquella persona, porque estaba muy deprimida. En verdad, su estado era terrible y varias veces había mencionado la posibilidad de suicidarse. Cuando me enteré de esto, le recomendé que visitara a un sacerdote que también era médico, el padre Stamatis. Esto hizo el enfermo, pero el sacerdote le aconsejó que fuera a buscar al padre Porfirio.

Así que lo llevé a la celda de Padre. Personalmente, creía que el enfermo parecía muy “mundano”, y no sabía qué diría el Padre. No sé cuántas horas estuvieron hablando, sólo sé que la visita se prolongó durante mucho tiempo. Al terminar, el enfermo salió lleno de lágrimas, pero también de serenidad, sosteniendo entre sus manos una cuerda de oración que el padre le había obsequiado. Lloraba, pero no con desconsuelo. Sus ojos estaban llenos de luz. En ese instante oí que el padre me llamaba. Entré a su celda. Me dijo: “Siéntate, quiero hablar contigo. ¿Qué alma es esta que me trajiste? ¡Qué alma tan maravillosa!”.

Después de aquel encuentro, el enfermo cambió completamente y ahora vive en un estado de permanente contrición. Nos hemos visto muchas veces más, ahora en mi calidad de médico. Veo que ha renacido. Se mantiene visitando monasterios. Se confiesa con frecuencia. Comulga con frecuencia. Y le agradece a Cristo por el sida, porque esta enfermedad se convirtió en una auténtica oportunidad para su salvación».