Palabras de espiritualidad

El amor de un anciano monje por la Madre del Señor

  • Foto: Florentina Mardari

    Foto: Florentina Mardari

¡Cristo mío, también esta alegría es solamente Tuya, porque yo no soy más que miseria! ¡Y aunque yo me sienta así, es porque Tú me concediste este estado, que no es algo que me pertenezca!

Cuando el anciano Arsenio envejeció, solía mantenerse en su celda; allí, sentado sobre un pequeño taburete, repetía sus oraciones con el rostro dirigido a los íconos de la pared. Un día, lleno de regocijo, le dijo a alguien: “Mi alma es sólo alegría, una loca alegría, justo ahora que estoy por partir de este mundo”.

Sin embargo, al día siguiente parecía triste y abatido.

—¿Qué le pasa, padre Arsenio? —le preguntó el mismo monje.

—¿Qué puedo decir...? Miro los íconos, y la Madrecita (así llamaba él a la Virgen María) dirige su mirada a otra parte... no quiere verme. Lo mismo pasa con nuestro Señor Jesucristo y con San Nicolás... “¿Cuál es mi culpa?”, les pregunto yo.

Ese estado le duró entre tres y cuatro días. Al quinto día, el padre Arsenio nuevamente estaba lleno de alegría, aunque con el corazón compungido y lágrimas en los ojos. Y así fue como explicó ese cambio: “Me puse a examinarme, para saber en qué había errado. Y creo que talvez fue por decir que mi alma era toda alegría, porque voy a irme de este mundo... ¿Fue, acaso, una muestra de orgullo? Entonces, comencé a repetir: ¡Cristo mío, también esta alegría es solamente Tuya, porque yo no soy más que miseria! ¡Y aunque yo me sienta así, es porque Tú me concediste este estado, que no es algo que me pertenezca!”. Acusándose a sí mismo, se llenó de humildad, y al día siguiente dijo que todos los íconos le miraban otra vez con los ojos abiertos y compasivos.

Amaba mucho y le tenía una devoción inmensa a la Madre del Señor, porque lo había salvado en tiempos de guerra y le había dado su auxilio en un sinfín de ocasiones. Por eso es que le decía “Madrecita”, y cuando por alguna circunstancia debía salir del monasterio, llevaba siempre consigo un antiguo ícono de la Thetokos.

***

—¿Nos salvaremos, padre? —le preguntaron una vez al anciano Arsenio Dionisiato, asceta contemporáneo de José el Asceta.

—No sé ustedes, pero yo sí me salvaré —respondió.

—¿Por qué afirma que Usted sí se salvará?

—Porque me he vuelto como un niño pequeño. Y eso es justo lo que se nos pidió que hiciéramos.