El amor del padre espiritual
Nosotros, como padres espirituales, debemos ser padres, no siervos. Debemos ser pastores buenos, no jornaleros, en la divina y estremecedora función que se ha confiado a nuestras manos.
¿Qué hizo el hermano del hijo pródigo? ¿Por qué no fue a preguntarle a su padre: “Padre ¿qué significa esto?”? No tenía el mismo amor hacia su padre —o la confianza para con este—, que el hijo pródigo al caer lo más bajo posible: “Volveré a mi padre. ¿Cómo? No soy digno de llamarme hijo suyo, pero le diré: tómame como uno de tus jornaleros y trabajaré para ti, y, recibiendo mi salario, te lo agradeceré con todo el corazón”. El hermano del hijo pródigo va a buscar a uno de los criados y le pregunta: “¿Qué está pasando?”. “¡Tu hermano ha vuelto sano y salvo!”. ¿Qué podía saber el siervo? El padre es aquel que siente dolor y ternura por el hijo que estaba perdido, el hijo al que le había dado su herencia, sabiendo quién era. Ese padre es Dios mismo, con Adán. Y el padre, con su dolor y su ternura, pudo hacer que en su hijo pródigo naciera, al final de su odisea, venir a él y pedirle que lo ayudara. Y he aquí que el padre lo salvó, porque el hijo venía a trabajar como jornalero, pero el padre lo puso en un sitio más elevado que los demás, dándole, también, un anillo, y pidiendo que lo vistieran de la mejor manera posible.
Si el hermano del hijo pródigo hubiera buscado primero a su padre, este no le habría dicho que “vino sano y salvo, y estamos contentos”, como le anunció el siervo. Esto era lo único que el sirviente podía ver, lo único que podía entender. Al contrario, el padre le habría dicho: “En primer lugar, hijo, no hay motivos para que sientas celos. Siempre has estado a mi lado y todo lo que es mío es tuyo también”. Agrega el padre Sofronio: “Aquí es Dios quien le habla a Adán: Todo lo que es mío es tuyo. No como Herodes, quien prometió hasta la mitad de su reino. Dios le promete a Adán todo el Reino y a Sí mismo”. Y dice: “Tu hermano no sólo vino sano y salvo, sino que estaba perdido y fue encontrado, estaba muerto y ha resucitado”. ¿Vemos la magnitud de la ternura del amor paterno? En nada se parece a la actitud del siervo.
También nosotros, como padres espirituales, debemos ser padres, no siervos. Debemos ser pastores buenos, no jornaleros, en la divina y estremecedora función que se ha confiado a nuestras manos. Así, conociendo nuestros pecados, por medio de esta “santa función”, pongamos toda nuestra experiencia en favor de la propia edificación y la de nuestros semejantes. ¿No sabemos lo que es la vergüenza? ¿No sabemos lo que es el miedo? Y cuando un alma venga a nosotros, sin importar quién sea ni cuántos pecados tenga, nosotros somos quienes debemos sentir miedo por ella, nosotros debemos vencer la vergüenza por ella, permitiéndole desvestirse como Adán, que estaba desnudo ante Dios, y hacer que esta alma desnuda que está frente a nosotros no sienta rubor, porque nosotros tenemos suficiente amor para abrazarla en su desnudez y su vergüenza.
Y en la delicadeza de este amor, el alma que viene a nosotros podrá revelarse sin temor, sin peligro. Y, cuando esa alma se desvista ante nosotros, sin importar quién sea, debemos estremecernos de miedo ante Dios, sabiendo que lo que tenemos en nuestras manos es algo muy delicado, y que cualquier movimiento nuestro podría significar la vida o la muerte para esta imagen de Dios, para un dios que, de esta manera, está en nuestras manos… Sabiendo que un dios en ciernes está en nuestras manos.
¿Qué responderesmos si terminamos convirtiendo ese dios en demonio, por causa de nuestra brutalidad y falta de equilibrio?
(Traducido de: Ieromonahul Rafail Noica, Cultura Duhului, Editura Reîntregirea, Alba Iulia, 2002; pp. 41-42)