Palabras de espiritualidad

El amor es servicial...

  • Foto: Stefan Cojocariu

    Foto: Stefan Cojocariu

Translation and adaptation:

El verdadero cristiano, por estar lleno de amor, viendo el infortunio de su semejante, no podría dejar de sentir compasión por aquel que sufre, porque sabe llorar con quienes lloran.

El amor es siempre servicial (I Cor. 13, 4).

San Tikón explica así la importancia de esta característica del amor: «El verdadero cristiano, por estar lleno de amor, viendo el infortunio de su semejante, no podría dejar de sentir compasión por aquel que sufre, porque sabe llorar con quienes lloran. Si lo ve desnudo, lo viste; si lo ve hambriento, lo alimenta: si ve que es forastero, lo recibe en su casa. No dice: “¿Qué tengo yo que ver con su necesidad?”. También se hace pobre con el pobre, y sabe compartir la felicidad y la infelicidad, sin quejarse, cuando es necesario».

Un virtuoso sacerdote amaba de corazón a sus feligreses. Era bueno y generoso con cada uno de ellos. Sin embargo, su esposa empezó a llenarse de celos e indignación. A pesar de esto, aquel sacerdote siguió acercándose y asistiendo a los fieles de su parroquia, especialmente a los enfermos y ancianos. Pero, cada noche, al llegar a casa, tenía que escuchar el mismo reproche: «¡Tú no tienes casa! ¡No tienes esposa ni familia, como para preocuparte por ellos y preguntarles cómo están! ¡Todas tus energías están enfocadas en ayudar a otros! ¿Entonces, para qué soy tu esposa? ¿Para que me desprecies? ¡No, no puedo seguir soportando esta situación!».

Y él le respondía: «¿Por qué juzgas así las cosas? ¡No vayas a enfadar a Dios...! ¿Cómo no voy a amarte? ¿Cómo no voy a amar a mi familia? Pero, ¿puedo dejar sin atender y aconsejar a aquellos a quienes Dios me confió? Esto es justo lo que espera el demonio. Acuérdate que el maligno es como un león, esperando devorarles... (I Pedro 5, 8). Entonces, ¿cómo podría yo rendir cuentas ante el Señor, si alguno de mis hijos espirituales se pierde? En verdad, siento una gran compasión por cada uno de ellos. ¡Pero también amo tu alma! Por eso, te suplico, ¡no peques más! ¡No te quejes tanto! ¡Al contrario, ayúdame, para que Dios nos corone a los dos!».

De esta forma, con bondad y amor, el sacerdote hablaba cada noche con su esposa, hasta que, finalmente, consiguió apaciguar aquella actitud en ella. Al comienzo, la presbítera se decidió a formar un pequeño coro en la iglesia, porque tenía un buen oído musical. Con el tiempo, se convirtió en una verdadera madre espiritual para las mujeres y niños de la parroquia, ayudándoles con sus consejos y entrega a seguir el camino de la salvación.

Si aquel párroco no hubiera sido amoroso y servicial, no hubiera podido cosechar tales frutos espirituales.

(Traducido de: Arhimandritul Serafim Alexiev, Dragostea - tâlcuire la Rugăciunea Sfântului Efrem Sirul, Editura Sophia, Bucureşti, p. 71)