El amor incondicional por nuestros seres queridos, incluso más allá de esta vida
A medida que más de nuestros seres queridos terminan su peregrinación por este mundo y entran en el descanso infinito, en la vida eterna, más sentimos también nosotros que pertenecemos a ese mundo, entera y perfectamente, porque sus valores se hacen nuestros también.
Fuimos dejados aquí, en la tierra, en este mundo, para hacer posible todo lo que hemos visto, oído y vivido, para multiplicarlo, para hacerlo crecer y esparcirse, amaneciendo, así, una nueva fuente de luz para el mundo. Y si podemos afirmar con sinceridad que el que ha partido de esta vida representa un tesoro para nosotros, entonces, ahí donde está nuestro tesoro tendría que estar nuestro corazón, y tendríamos que vivir con el que ha partido, lo más perfecta y profundamente posible, en esa dimensión de la eternidad. Porque ese es el único territorio donde podemos estar al lado del que ha partido de esta vida.
Esto significa que, a medida que más de nuestros seres queridos terminan su peregrinación por este mundo y entran en el descanso infinito, en la vida eterna, más sentimos también nosotros que pertenecemos a ese mundo, entera y perfectamente, porque sus valores se hacen nuestros también.
Y si la persona que más queremos, si el tesoro más grande de nuestro corazón se llama Jesucristo, mientras vivamos en este mundo podemos anhelar, como el Santo Apóstol Pablo, con toda nuestra alma y toda nuestra mente, con todo nuestro cuerpo y nuestro corazón, el día en que finalmente estaremos con Él para no separarnos jamás.
(Traducido de: Mitropolitul Antonie de Suroj, Viața, boala, moartea, traducere de Monahia Anastasia Igiroșanu, Editura Sfântul Siluan, Slatina Nera, 2010, pp. 120-121)