El amor no es envidioso
Si no tenemos amor, demostramos que estamos lejos del camino correcto que lleva a las puertas celestiales.
“El verdadero amor cristiano se alegra por el bien ajeno”, dice San Tikón de Zadonsk, “como si se tratara del propio. Cuando ve a su hermano feliz, el cristiano se alegra... y se entristece al verle triste, como si esa pesadumbre fuera la suya”. San Efrén el Sirio, analizando a profundidad el misterio del amor que no envidia, nos lo explica con estas preciosas palabras: “El que envidia y se enemista con los demás es realmente miserable, porque por la envidia del diablo entró la muerte en el mundo, y la experimentan sólo los que le pertenecen” (Sabiduría 2, 24). El corazón del envidioso está siempre lleno de tormento, su cuerpo se debilita y sus fuerzas se disipan. Porque la envida es un veneno poderosísimo, que engendra la difamación, el odio y la muerte".
“El odio y la envidia, escondidos bajo el velo del fervor, son un agua amarga en un vaso de oro. ¡Pon en ella el fruto de la vida, y se hará dulce! (Éxodo 15,23, 25). Por medio de la Cruz de nuestro Señor, todas las maldades del astuto demonio fueron aniquiladas."
“El que envidia los logros de su hermano se priva de la vida eterna; por el contrario, aquel que ayuda a su semejante (en el bien), se hace partícipe con este de eternidad. Porque si la justicia humana castiga a los que hacen mal, junto a sus cómplices, el Señor recompensa a los que ayudan a que Su voluntad se cumpla”.
Examinando las terribles consecuencias de la envidia para aquellos que no aman a sus semejantes, San Efrén dice: “Regocijarte por los logros de tu semejante es señal de perfección. Pero si te perturbas o te enfadas cuando a tu prójimo le va bien, estás demostrando el signo de la maldad y la envidia."
Finalmente, San Efrén concluye: “No es posible mostrarnos siempre como si fuéramos unos virtuosos, si no actuamos por amor (I Corintios 13, 2). Si no tenemos amor, demostramos que estamos lejos del camino correcto que lleva a las puertas celestiales. ¡Derramemos, pues, muchas lágrimas, para librarnos de las ataduras del odio, la envida, el orgullo y cualquier otra impureza diabólica! Porque del demonio proviene la tristeza que sentimos cuando los demás consiguen algo, El odio es obra del maligno. Y lo único que este anhela es llevarnos a todos a la perdición. Sin embargo, lo santos, asemejándose al Señor, desean que todos se salven y conozcan la verdad (I Timoteo 2,4). Llenándose de amor, los justos aman a su semejante como a sí mismos".
(Traducido de: Arhimandrit Serafim Alexiev, Dragostea - tâlcuire la Rugăciunea Sfântului Efrem Sirul, Editura Sophia, 2007, pp. 73-75)