Palabras de espiritualidad

El amor que jamás se extingue

  • Foto: Oana Nechifor

    Foto: Oana Nechifor

Translation and adaptation:

El Señor nos dio el mandamiento de amarle con toda el alma y todo el corazón, para que el maligno no halle ni lugar ni descanso para morar en nosotros.

El anciano Anfiloquio daba el siguiente consejo: “Ama al que es Único, para que todos te amen. Y no solamente las personas te amarán, sino también los seres irracionales, porque, cuando la Gracia Divina se manifiesta, atrae con su amor a todo lo que se presenta ante ella. Y no sólo te amarán, sino que también te respetarán, porque en tu rostro brillará la faz pura y casta de Aquel a Quien tú amas y adoras”.

El anciano José el Asceta les decía a sus discípulos: “Lo que no le ofrecemos a Dios para que Él lo administre, lo administra el demonio. Por eso es que el Señor nos dio el mandamiento de amarle con toda el alma y todo el corazón, para que el maligno no halle ni lugar ni descanso para morar en nosotros”.

Sobre el amor que debemos tener para con Cristo, el anciano Anfiloquio decía: “Mientras en nuestro corazón no habite Cristo, nada podremos hacer. Simplemente seremos como barcos sin combustible en el motor.” Y agrega: “Pensemos en Cristo con amor, y nuestro corazón saltará de gozo”.

El amor no tiene final. Aunque abarca a muchos, jamás se agota. El anciano Epifanio decía: “El amor verdadero se asemeja a la llama de un cirio. No importa cuántas candelas se enciendan con su fuego, que la llama seguirá entera y sin extinguirse. Y cada nueva candela que se encienda con esta llama, tendrá el mismo fuego que las precedentes”.

El anciano José decía: “Cuando la Gracia obra en el alma del que ora, el Amor de Dios le inunda y el individuo no puede sino aguantar lo que siente. Este amor se dirige luego al mundo y a los demás, a quienes ama tanto, que pide cargar con todos los infortunios y sufrimientos de la humanidad, con tal de aliviar a sus semejantes. En general, este amor sufre por todas las tentaciones y pruebas, hasta con el dolor de los seres irracionales, al punto de llorar cuando piensa que estos también sufren. Estas son las características del amor que provoca y genera la oración. Por la misma razón, los grandes practicantes de la oración nunca dejaron de interceder por el mundo. Nos parece extraña y hasta osada su oración, pero ella es lo que mantiene la vida en este mundo. Ciertamente, estemos seguros de que si aquellos que oran desaparecieran, tendría lugar el fin del mundo”.

(Traducido de: Andrei Andrericuţ, Arhiepiscopul Alba IulieiCuvintele Bătrânilor, EdituraReîntregirea, Alba Iulia, 2004, p. 6)