El amor se revela en las cosas más pequeñas
El amor se evidencia en todos los movimientos del cuerpo; cuando, sirviendo a Dios, por ejemplo, las manos elevadas a Dios se extienden también para ayudar a los demás, cuando los pasos que se dirigen a la casa de oración caminan también a donde hay suspiros y dolor.
Cuando se comienza a vivir en santidad, la llama del amor no arde para sí misma, sino que se da también a los demás: se revela en la mente, se muestra en palabras y en la mirada, al escuchar y, en general, en todos los movimientos del cuerpo.
¿Cómo se revela en la mente? Al ser ésta nutrida con la contemplación del Amor Eterno, para enriquecer el conocimiento con formas de impartir el caudal celestial con los que no lo tienen. El pensamiento accionado por el amor no necesita crear nada, sino que se revela de acuerdo al caudal de la luz interior; se revela completamente, para el bien del prójimo.
El amor se evidencia con palabras cuando su silencio es roto sólo para alabar a Dios y edificar al otro. Cuando el amor habla, sus labios emiten palabras sinceras, de ellos brota el mejor bálsamo para las heridas espirituales y físicas, ofreciendo paz y verdad. Su voz, de acuerdo a la Escritura, es bellísima.
El amor se muestra con la mirada, cuando ésta no se detiene en la criatura visible, sino que se eleva a lo imperceptible. Se dirige, además, al necesitado y al que sufre, para consolarlos, al devoto, para imitarlo, al voluntarioso y a los que en su sencillez son ejemplo de mansedumbre. Se dirige a todos, con un corazón puro.
El amor se demuestra al escuchar, cuando no se acuerda de los insultos que hieren el corazón. Además, cuando desde la distancia escucha suspirar al que sufre sin ser culpable, cuando se cierra frente al ruido mundano, tan lleno de falsedad. Eso sí, se descubre para escuchar las palabras de justicia. (...)
El amor se evidencia en todos los movimientos del cuerpo, cuando, sirviendo a Dios, por ejemplo, las manos elevadas a Dios se extienden también para ayudar a los demás, cuando los pasos que se dirigen a la casa de oración caminan también a donde hay suspiros y dolor, cuando, portando en sí mismo a nuestro Señor crucificado, sufre y se hace crucificar con Él.
(Traducido de: Sfântul Inochentie al Penzei, Viața care duce la Cer, traducere de Adrian Tănăsescu-Vlas, Editura Sophia, București, 2012, pp. 207-208)