Palabras de espiritualidad

El amor, siendo lo más excelso que existe, requiere del esfuerzo más grande

    • Foto: Oana Nechifor

      Foto: Oana Nechifor

Así lo quiso nuestro Padre Celestial: todo aquel que haya sido creado de la arcilla «debe portar su cruz», para heredar la vida eterna, (Mateo 16, 24-25).

Todo acto cristiano está vinculado, obligatoriamente, al esfuerzo; el amor, siendo lo más excelso que existe, requiere del esfuerzo más grande. La vida del cristiano, en su ser interior, es seguir a Cristo: «¿Qué te importa? Tú, sígueme» (Juan 21, 22). Cada fiel, en una determinada medida, repite el camino del Señor, pero no está en sus capacidades tomar la cruz sobre sus hombros para ir a Getsemaní y, aún más lejos, al Gólgota, «... porque sin Mí nada podéis hacer» (Juan 15,5). Y a quien se le otorgue esta estremecedora bendición, ése ha anticipado su resurrección; a los otros, la fe y la misericordia de Dios.

Así lo quiso nuestro Padre Celestial: todo aquel que haya sido creado de la arcilla «debe portar su cruz», para heredar la vida eterna, (Mateo 16, 24-25). Quienes quieran evitar cargar con su cruz, no podrán evitar la esclavitud de las pasiones, «de la carne heredarán corrupción» (Gálatas 6, 8; Romanos 8, 13). El amor a Dios y al semejante está lleno de los más profundos sufrimientos, pero también viene acompañado del consuelo celestial (Mateo 10, 29-30); el alma ve cómo resucita en ella la paz que el Señor les transmitió a Sus Apóstoles antes de Su Gólgota. Sin embargo, cuando el espíritu del hombre se introduce en la esfera del amor portador de luz, de nuestro Dios y Padre, olvida todos los dolores y el alma, de forma inexplicable, se goza de una felicidad plena (Juan 12, 50; 17,3). Del mismo modo, la mujer, «cuando ya ha dado a luz al niño, no se acuerda más de la angustia por la alegría de que ha nacido un hombre en el mundo» (Juan 16, 21). De esta forma se goza también el cristiano, cuando en su mente y en lo profundo de su conciencia se reconoce nacido en Dios para la eternidad.

(Traducido de: Fericitul Arhimandrit Sofronie, Despre rugăciune; Tipărit la Publistar, București, 2006, p. 19)