El amor, tan necesario como el aire
Él Mismo amó a los hombres como nadie los amó antes ni los amará jamás. Él sanó sus enfermedades, les perdonó sus pecados y asumió las faltas de todos, aceptando morir por nosotros con una muerte oprobiosa, con tal de abrirnos el camino al amor y a la resurrección.
Recuerdo haber visto un cartel que expresaba una gran verdad: todos, no solamente los ancianos, los enfermos o los que sufren, todos, absolutamente todos necesitamos el amor. Tal como no es posible vivir sin aire, sin la luz y el calor del sol, tampoco podemos vivir sin amor. Es imposible vivir esta vida terrenal si nos falta el amor. Todos necesitamos el amor.
Esto es algo que no necesita ser demostrado, porque cada persona lo vive en su propia vida: “El poder de amar fue implantado desde el inicio en el alma del nombre”, dice Cabasilas. El amor forma parte de la misma estructura de nuestro ser; es el sello de la imagen de Dios, “Quien es amor” (I Juan 4, 8).
En el Antiguo Testamento, el amor se halla al comienzo del Decálogo, pero su verdadero ícono nos fue mostrado por el Señor Jesucristo, cuando se encarnó por amor a nosotros y se nos reveló como el Amor encarnado. Él Mismo amó a los hombres como nadie los amó antes ni los amará jamás. Él sanó sus enfermedades, les perdonó sus pecados y asumió las faltas de todos, aceptando morir por nosotros con una muerte oprobiosa, con tal de abrirnos el camino al amor y a la resurrección. Y después nos dejó el más santo Testamento, sellado con Su santa y divina sangre: el “Mandamiento nuevo del amor”.
Cuando la Última Cena, en los últimos momentos que vivió con Sus discípulos, el Señor les confió este Testamento del Amor: “Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros. Que como Yo os he amado, así también os améis unos a otros. En esto reconocerán todos que sois Mis discípulos, en que os amáis unos a otros” (Juan 13, 34-35). Y, como si este Mandamiento tan claro no fuera suficiente, el Señor lo repitió un poco después: “Este es Mi mandamiento: amaos unos a otros como Yo os he amado” (Juan 15, 12); para repetirlo nuevamente, con más fuerza: “Esto os mando: amaos unos a otros” (Juan 15, 17). Esto es algo que el Señor no hizo con ningún otro mandamiento evangélico.
(Traducido de: Ieromonahul Petroniu Tănase, Chemarea Sfintei Ortodoxii, Editura Bizantină, București, 2006, pp. 80-81)