El amor y el cuidado de Dios para con nosotros, especialmente en los tiempos de tribulación
“Lo mejor de todo es que Dios no nos abandona. Nuestro Buen Dios cubre con Sus dos manos al mundo contemporáneo. Antes lo protegía con solo una. Hoy en día, sin embargo, en medio de tantos peligros que acechan al hombre, Dios lo cuida como una madre a su hijo”.
San Paisos el Hagiorita es un santo contemporáneo, quien se sumó a la legión de justos del Reino de Dios en 1994. Precisamente debido a que se trata de un santo de nuestros tiempos, podemos afirmar que constituye un ejemplo vivo del hecho que el Evangelio puede cumplirse en cualquier tiempo y lugar, incluso en los nuestros, y que la santidad no es simplemente un bello ideal promovido por la Iglesia, sino una realidad de la vida cristiana, accesible a cualquiera que tenga sed de perfección.
Las grandes multitudes de peregrinos que acudían a buscarlo a su celda en el Santo Monte Athos, y después al Monasterio de San Juan el Bautista, en Suroti, cerca de Tesalónica, recibieron, con su ejemplo de santidad y con sus palabras “tan llenas de fuerza”, consejo y guía hacia la paz espiritual y la salvación.
Aunque el padre Paisos siempre ocultó su intensa vida espiritual, sus trabajos ascéticos no eran desconocidos para sus discípulos. Oraba hasta 14 oras al día y a veces dormía solo una, y quienes le conocieron más de cerca dicen que repetía la “Oración de Jesús” más de 23,000 veces al día.
Incluso a su propio cáncer lo consideraba una prueba de fe, un medio para acercarse a Dios y un motivo para fortalecer la fe y la paciencia de quienes lo sufren, además de ser “un don de Dios”. Especialmente, le alegraba pensar que los laicos que sufren de cáncer se sentirían consolados al saber que también los monjes padecen de la mismas dolencias. [1]
Este infinito amor por el mundo se refleja en sus palabras, dirigidas en cierta ocasión a algunos de sus discípulos más cercanos, quienes le pidieron un consejo espiritual:
—Padre, díganos algo.
—¿Qué quieren que les diga?
—Lo que le dicte su corazón.
—Lo que me dice el corazón es que tome un cuchillo, me abra el pecho, me lo arranque, lo corte en pedacitos, los reparta entre todos, y después muera [2].
Desde el jardín de su cabaña en Athos o en su lecho de dolor, en Tesalónica, su vida entera ofreció esperanza y luz a las almas de sus semejantes, o, como bellamente decía él mismo, “yo hago el asoleamiento”, entendiendo que, tal como el sol es absolutamente necesario para que se abran las flores, así también un suave contacto pastoral ayuda a que el alma se abra y sane [3].
Las pruebas presentes y las que vendrán sobre el mundo son motivos para volver a Dios, para la sanación física y espiritual de todos
En sus prédicas y escritos, el venerable Paisos el Hagiorita hizo una precisa radiografía moral del mundo contemporáneo y del alma del hombre acual. Sus observaciones, al igual que el título de uno de los libros en los que estas quedaron consignadas, fueron manifestadas “con amor y dolor”.
En su libro “Despertar espiritual”, él observa cómo el mundo se ha alejado de Dios. Y esto hace que el hombre viva continuamente agitado e intranquilo, sufriente. “Mientras más se aleja el hombre de Dios”, decía San Paisos, “mucho más se complican las cosas. Es posible que la persona no tenga nada, pero, si tiene a Dios, no necesitará nada más. ¡Esta es la verdad! Y si tiene todo, pero le falta Dios, sufrirá enormemente en su interior. Por eso, que cada uno se acerque a Dios como pueda. Solamente junto a Dios el hombre puede encontrar la verdadera y eterna felicidad. Al contrario, cuando vivimos lejos del dulce Jesús, lo que gustamos es lo amargo del veneno. Cuando el hombre deviene en un hombre nuevo, un hijo de rey, se alimenta con el gozo divino, con la dulzura celestial, y siente una alegría paradisíaca; siente, desde aquí, una parte de la alegría del Paraíso. Desde una alegría pequeña, paradisíaca, avanza diariamente a otra más grande, y se pregunta si en el Cielo podría haber algo más excelso que lo que ahora siente en esta vida. El estado que experimenta es ten excepcional que no puede hacer nada más. Sus rodillas se derriten como veladoras, por causa de ese divino calor y dulzura, su corazón salta y está listo para romperle el pecho e irse, porque el mundo y sus cosas le parece inútiles” [4] .
El hombre contemporáneo ha dejado de pensar en la vida eterna y hoy lucha para vivir el aquí y el ahora, para exprimirle al mundo y a su efímera existencia cuantos más placeres y deleites. Ha perdido el profundo sentido de su paso por este mundo, ese de prepararse para la vida futura y, por ese motivo, su alma se mantiene intranquila, herida y sufriente: “Los sufrimientos del mundo son infinitos”, observa el padre Paisos. “En todas partes hay una descomposición general, incluso en las familias, grandes y pequeñas. Cada día mi corazón llora por todos ellos. En la mayoría de hogares hay disputas, agitación, estrés. Solamente en los hogares en los que aún se vive como Dios manda todo está bien. En los demás, o los esposos se divorcian, o pierden todo su dinero, o se enferman, o sufren accidentes, o necesitan medicamentos para patologías psíquicas, o empiezan a consumir drogas. En menor o mayor medida, todos enfrentan algún sufrimiento. Especialmente en estos días en los que hay tanto desempleo: se acumulan las deudas, los bancos los persiguen, los deshaucian... ¡Cuántos problemas! Y no son cosa de uno o dos días. Y, por causa de todas estas anomalías, hasta los niños que antes estaban sanos, empiezan a enfermarse” [5].
“Antes”, decía el padre Paisos, “en el mundo se hacían muchas buenas obras. También existía el mal, por supuesto, pero la bondad era tan grande que terminaba sofocando el poco mal que había, de manera que las personas sentían que vivían en un mundo bello y bueno, una vida realizada tanto aquí como en la eternidad. Actualmente, las malas acciones y las iniquidades inundan el mundo y aniegan al hombre. Sí, aún se hacen buenas obras, pero tanto mal y tanta maldad dan la sensación moral de que vivimos en un mundo feo y malvado, que nos lleva a la infelicidad y la perdición”.
San Paisos creía que el más poderoso enemigo del cristiano de hoy no es el demonio, sino el “espíritu mundano”. Este tienta al hombre y lo ata a las alegrías pasajeras y a los placeres ilusorios y pecaminosos. Por esta razón, “los corazones de los hombres se han vuelto como de hierro” [6], y el mundo mismo se ha convertido en un verdadero “manicomio” [7]. Así las cosas, la lucha por conservar la pureza espiritual y una vida cristiana es, en nuestros días, un auténtico martirio.
Las consecuencias de este alejamiento de Dios son las aflicciones y las pruebas que el mundo atraviesa hoy en día y los que tendrá que enfrentar en el futuro para purificarse y salvarse. “Dios permite que el mundo sufra una fuerte sacudida”, decía el padre. “Vienen años duros. Tendremos que enfrentar pruebas muy difíciles... Todo esto es cosa seria, aprendamos a vivir espiritualmente. Las circunstancias nos obligan y nos obligarán a trabajar espiritualmente. Es preferible hacerlo con alegría y voluntariamente, no con tristeza y por necesidad. Muchos santos habrían deseado vivir estos tiempos, para esforzarse en lo espiritual y el ascetismo” [8].
Enfrentando espiritualmente las aflicciones y las pruebas
Las pruebas y los sufrimientos que puede atravesar el mundo entero, un continente, un país, una comunidad, o un solo individuo son formas de redescubrir la vida auténtica y los valores realmente importantes en el plano espiritual; son medios para el arrepentimiento, el volver a Dios y la salvación.
Son como un examen que servirá para cernir los caracteres humanos. Al final de esta lucha espiritual, las cosas se aclararán en el aspecto espiritual. Lo malo e inútil será separado, en tanto que lo bueno y provechoso triunfará. Las mismas aflicciones serán la “moneda” con la que otendremos el perdón de nuestros pecados y la salvación de nuestra alma. “En esas circunstancias, algunos recibirán su retribución completa y otros pagarán sus deudas. Así será todo, de manera que nadie se angustie por causa de las tribulaciones, aunque no todos dirán: ¡Gloria a Ti, oh Dios!” [9], decía San Paisos.
La única vía de enfrentar dichas aflicciones es la de lo espiritual, no una mundana o meramente humana. El propósito buscado no debe ser solamente la salud física, sino también la sanación espiritual.
El consejo que el venerable padre daba, en relación con los sufrimientos contextuales y las pruebas puntuales, era: “¡Simplifiquen su vida y verán cómo huye el estrés!” [10] o “El arte de generar buenos pensamientos” [11].
La salvación del hombre, afirmaba San Paisos, no depende del minuto, sino del segundo. Lo que debe hacer el hombre es humillarse y arrepentirse por sus pecados, porque la contrición es un verdadero Bautismo con lágrimas, para la vida y la felicidad eternas. Y, junto con esto, debe orar fervientemente por sí mismo y por todo el mundo, porque “incluso un simple suspiro por el dolor del otro es una oración desde el corazón; es decir que equivale a horas enteras de oración” [12].
En los momentos de prueba, como los actuales, dice San Paisos, aunque no lo entendamos, “el auxilio de Dios y de los que le son agradables es más poderoso que nunca”. “Lo mejor de todo es que Dios no nos abandona. Nuestro Buen Dios cubre con Sus dos manos al mundo contemporáneo. Antes lo protegía con solo una. Hoy en día, sin embargo, en medio de tantos peligros que acechan al hombre, Dios lo cuida como una madre a su hijo, cuando este empieza a caminar. Hoy en día, más que nunca antes, nos ayuda Cristo, junto con la Santísima Virgen María y todos los santos, pero nosotros no lo entendemos” [13].
[1] Nicolae Zurnazoglu, Cuviosul Paisie Aghioritul. Mărturii ale închinătorilor, [Venerable Paisos el Hagiorita. Testimonios de los fieles] Traducere din limba greacă de Ieroschim. Ștefan Nuțescu, Schitul Lacu - Sfântul Munte Athos, Editura Evanghelismos, Bucarest, 2006, p. 62
[2] Cuviosul Paisie Aghioritul, Cuvinte duhovnicești. I. Cu durere și dragoste pentru omul contemporan [Palabras espirituales I. Con dolor y amor para el hombre contemporáneo], traducere din limba greacă de Ieroschim. Ștefan Nuțescu, Schitul Lacu- Sfântul Munte Athos, Editura Evanghelismos, Bucarest, 2003, p. 19
[4] Cuviosul Paisie Aghioritul, Cuvinte. II. Trezire duhovnicească [Palabras espirituales II. Despertar espiritual], traducere din limba elenă de Ieroschim. Ștefan Lacoschitiotul, Schitul Lacu, Sfântul Munte Athos, 2000, p. 43