El amor y la caridad no saben hacer diferencias
“Si este hombre vino a nuestro monasterio, se quedó durante varios días y confió en nuestro amor cristiano, ¿cómo podríamos haber traicionado sus esperanzas? Nuestra caridad debe ser como una oración por nuestro adversario...”
Cierta vez, un turco de Eubea, pobre y hambriento, vino al monasterio con su numerosa familia.
—Padre, he venido a buscarle, sabiendo de su amor y caridad. Soy un turco, sí, pero realmente necesito de su piedad —dijo el hombre.
El anciano David se compadeció de él, viendo su humilde corazón, y lo recibió en el monasterio durante varios días, para ayudarlo. Le dio ropas nuevas y varios sacos de alimentos para su esposa e hijos. Los demás monjes se quedaron asombrados, porque sabían que para el anciano David los turcos no eran sino unos tiranos.
—Hijos, los turcos no son los tiranos, sino su Estado, sus leyes. Si este turco vino a nuestro monasterio, se quedó durante varios días y confió en nuestro amor cristiano, ¿cómo podríamos haber traicionado sus esperanzas? Nuestra caridad debe ser como una oración por nuestro adversario.
Innumerables son los sucesos prodigiosos que hablan del amor y la piedad del corazón de San David.
(Traducido de: Cuviosul David „Bătrânul” – „Copilul” Înaintemergătorului, traducere din limba greacă de Ieroschimonah Ștefan Nuțescu, Editura Evanghelismos, București, 2003, pp. 62-64)