El anciano de la estación de tren
En una estación de tren de la ciudad de Harbin había un ícono grande de San Nicolás, protector de los viajeros, adherido a un poste...
¿Quién no conoe a San Nicolás el Misericordioso? Su nombre es invocado no sólo por los cristianos, sino también por personas de otras confesiones religiosas. Su ícono puede encontrarse tanto en iglesias y casas, como en las lejanas tundras, en las taigas, en las yurtas de los nómadas y en las cabañas de los cazadores.
Muchas cosas se han escrito sobre su pronto auxilio, pero parece que muchas más siguen sin trasladarse al papel.
Quien haya vivido en China sabe que muchos chinos y mongoles veneran a aquel santo de Dios. Y no pocas veces éste ha venido en auxilio de quien le ha llama con su oración. Precisamente de esto se trata el siguiente relato.
En una estación de tren de la ciudad de Harbin había un ícono grande de San Nicolás, protector de los viajeros, adherido a un poste. A su alrededor, alguien tuvo la feliz idea de construir un pequeño cerco e instalar un candelabro. A la par del candelabro, en una caja, podía encontrarse un buen puñado de velas. En este punto hay que mencionar que el ruso acostumbra a pedir la bendición del Señor antes de empezar cualquier tarea. Así, antes de viajar, muchos pasajeros se acercaban al ícono, encendían una vela, ponían un par de monedas en la misma caja (nunca sucedió que a alguien se le ocurriera hurtar ese dinero) y elevaban una oración al santo. A menudo podía verse también a algún chino orando de rodillas ante el ícono. En la dirección opuesta a la estación de tren se halla la otra parte de la ciudad, que lleva al río Songhua. Los habitantes de la ciudad llaman “astuto” al río, porque suele enardecerse súbitamente, amenazando con hundir a todas las embarcaciones que navegan por sus aguas. Y muchas veces lo ha conseguido.
Cierta vez, una de esas tormentas sorprendió a un experimentado marinero chino. A pesar de su destreza, aquel hombre de mar intuyó que poco o nada le quedaba por hacer, y que la tragedia era inevitable. En ese momento, se acordó del ícono que alguna vez había visto en la estación del tren, y comenzó a gritar: “¡Anciano de la estación, ayúdame!”.
Posteriormente habría de relatar cómo, de forma completamente milagrosa, al terminar de pronunciar aquellas palabras, se halló sano y salvo a orillas del río. Al recuperarse de su sobresalto, salió corriendo a la estación de tren para arrojarse de rodillas ante el ícono de San Nicolás y contarles, entre lágrimas, a los que ahí estaban, cómo aquel “anciano de la estación” le acababa de salvar la vida.
A. Kuzm
(Traducido de: Noi minuni ale Sfântului Nicolae, Traducere din limba rusă de Lucia Ciornea, Editura Sophia, București, 2004, pp. 147-148)