“El anciano del ícono fue quien me salvó”
Este relato me lo contó Olimpiada Ivanovna cuando aún vivía. El recuerdo de lo ocurrido le seguía provocando cierta agitación. Su hijo Iván, entonces ya un hombre hecho y derecho, se hallaba a su lado, asintiendo con la cabeza a lo relatado, cuando su madre le pedía que confirmara algo. Esto fue lo que sucedió:
«En aquel entonces, Iván tenía siete años. Era muy activo, inteligente y hasta un poco pillo. Vivíamos en Moscú, en el edificio de una de las sedes del Banco (Central), y el padrino de Iván vivía justo enfrente, en un edificio de cinco pisos. Una noche, mandé a Iván a donde su padrino, para invitarlo a tomar el té con nosotros. Iván salió a toda prisa, atravesó la calle, subió hasta el tercer piso y, como no podía llegar al botón del timbre, se subió a la barandilla. Cuando estaba por alcanzar el timbre, sus pies resbalaron y cayó en el espacio vacío que hay en el centro de las escaleras.
El portero del edificio, que en ese instante estaba en el vestíbulo, fue testigo del momento en que Iván cayó como un saco sobre el piso de cemento. El hombre conocía bien a la familia y corrió a llamarnos, gritando:
—¡Tu hijo acaba de morir!
Con el corazón en un puño, corrimos hasta el vestíbulo del edificio... cuando vimos que Iván venía caminando lentamente hacia nosotros.
—¡Ivancito! ¿Estás bien, querido? —le pregunté, examinándolo y acariciándolo con desesperación.
Lo temé entre mis brazos.
—¿Estás herido?
—No, no me duele nada. Subí las escaleras corriendo, pero, cuando quise llamar al timbre, me caí. En ese instante, vi que se me acercaba un anciano, el mismo que está en la pared de tu habitación. El anciano del ícono. Con toda tranquilidad me ayudó a ponerme de pie, y me dijo: “¡Muchacho, ponte firme, de pie, para no volver a caerte!”. Empecé a caminar de nuevo, aunque no me acordaba para qué me habías mandado a buscar a mi padrino.
Después del accidente, Iván durmió muy bien durante casi todo un día y, al despertarse, estaba completamente recuperado.
El anciano en el ícono de mi habitación era San Serafín de Sarov».