El arado de Dios
Las carencias y las aflicciones son el arado que Dios utiliza, removiendo surcos en el alma, para prepararla como si fuera Su huerta.
Algunas veces, en los momentos de más terrible dolor, el alma se eleva a Dios y, en un impulso de efusiva gratitud por las misericordias del pasado, sentimos una incontenible atracción hacia la Fuente de todas las bondades, Aquel que se ha mostrado tan generoso con nosotros. Sentimos que, aún cuando nos falta algo que amamos, Él tiene la fuerza para llenarnos inmediatamente el corazón con Su incomparable paz, de calmar la tempestad y disipar con Su luz las sombras de nuestra alma enferma.
El Señor quiere ablandar nuestra alma con las pruebas, para hacérnosla sensible a las necesidades de los demás, para abrirnos un camino al sufrimiento del otro. Las carencias y las aflicciones son el arado que Dios utiliza, removiendo surcos en el alma, para prepararla como si fuera Su huerta. En la densa oscuridad del dolor. Él nos arroja la semilla de una alegría futura. En Su inmensa misericordia, el Señor nos recuerda, de cuando en cuando, que: “los sufrimientos del tiempo presente no son comparables con la gloria que se ha de manifestar en nosotros” (Romanos 8, 18).
¿Acaso el hecho de tener esta convicción no es ya una gran misericordia de Dios?
(Traducido de: Fiecare zi, un dar al lui Dumnezeu: 366 cuvinte de folos pentru toate zilele anului, Editura Sophia, p. 205)