El árbol se conoce por sus frutos
Seguramente, todos conocemos alguna persona de la que hemos pensado: “Este hombre podría haber logrado mucho en su vida. ¡Sin embargo, no hace nada!”. ¿Cuál es la causa de esto, en la mayoría de casos?
Una consecuencia de la caída fue que la parte sensible del hombre comenzó a sentirse atraída por el astuto, y los deseos carnales empezaron a tiranizarle el alma, sofocando cualquier forma de resistencia espiritual. Las pasiones lograron, así, conducir a los hombres y controlar su voluntad. Así fue como apareció en el hombre esa tendencia de satisfacer inmediatamente cualquier forma de deseo carnal. En otras palabras, el hombre terminó sometiéndose a su propio cuerpo.
La esencia del amor por los placeres y los deseos carnales es la siguiente: el alma es sometida poco a poco por los deseos del cuerpo, que empiezan a dominar al hombre, corrompiéndolo y cegándolo de tal forma que ya no puede pensar en Dios, en la fe, en Sus mandamientos y en Su voluntad. Finalmente, las pasiones acaban matando cualquier sentimiento de pureza, santidad o devoción.
Este estado representa el peor de los males y la más grande catástrofe que podría ocurrirle al hombre. Y si es cierto que el árbol se conoce por sus frutos, entonces debemos decir que la sensualidad es un árbol venenoso, que da frutos desagradables.
El primero de esos frutos ponzoñosos es la dejadez, el evitar cualquier esfuerzo por hacer el bien. El hombre que ama los placeres es perezoso. No conoce la alegría de construir algo útil. El trabajo, para él, es una carga, un yugo, una maldición, y no una forma de alcanzar la virtud o una oligación seria e importante, establecida por Dios.
Al hombre que ama los placeres le dan miedo el trabajo y las dificultades, porque todo esto perturba su vida de ocio. También le asusta el esfuerzo intelectual, porque presupone un espabilamiento de las fuerzas espirituales.
Seguramente, todos conocemos alguna persona de la que hemos pensado: “Este hombre podría haber logrado mucho en su vida. ¡Sin embargo, no hace nada!”. ¿Cuál es la causa de esto, en la mayoría de casos? El amor por los placeres, que vuelve ocioso al hombre. Y, aún teniendo todas las condiciones y posibilidades para progresar, sufre de carencias y pobreza. Y a pesar de que si trabajara podría ser mucho más feliz y progresar en el plano social, prefiere seguir siendo un esclavo de la pereza y de los placeres más bajos.
(Traducido de: Irineu, Episcop de Ecaterinburg și Irbițk, Mamă, ai grijă!, Editura Egumenița, p. 46-47)