El arrepentimiento como medicina espiritual
Nosotros no tenemos ninguna justificación, porque no queremos arrepentirnos ni confesarnos, prefiriendo siempre quedarnos sumergidos en el fango. Hay algunos que, creyendo que van a caer en el mismo pecado, no se confiesan.
Ningún pecador debe perder la esperanza. Jamás. Basta con que se arrepienta, porque sus pecados son menos que los del demonio y, además, tiene circunstancias atenuantes, porque fue creado de la arcilla y, habiendo caído, se ha ensuciado por imprudencia.
Pero nosotros no tenemos ninguna justificación, porque no queremos arrepentirnos ni confesarnos, prefiriendo siempre quedarnos sumergidos en el fango. Hay algunos que, creyendo que van a caer en el mismo pecado, no se confiesan. Es decir que van juntando una capa de fango sobre otra y, si se ensucian la ropa, la limpian y están atentos a no ensuciarla nuevamente; y, cuando se les ensucia de nuevo, la vuelven a lavar. Tenemos que saber que incluso las personas más “espirituales” no tienen su vida asegurada. Por eso es que se amparan bajo el “seguro” de Dios y confían en Él, sintiendo desesperanza únicamente ante su propio “yo”, porque este es quien les trae toda la infelicidad espiritual. Por esta razón, los monjes, para vencer espiritualmente y ayudar de mejor manera y con mayor eficacia, jamás utilizan la expresión: “¡Salvemos al mundo!”, sino que oran en silencio y sin hacer alarde de ello. Y, después, es Dios Quien salva al mundo.
(Traducido de: Cuviosul Paisie Aghioritul, Epistole, Editura Evanghelismos, pp. 78-79)